62. Verdugo

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Durante la madrugada de ese viernes las pastillas no surtieron efecto para ofrecerle la inconsciencia que implicara un nivel, por mínimo que fuera, de descanso, y las consecuencias las estaba pagando en el estacionamiento de Figgo.

La cabeza le retumbaba, convertida en un globo gigante sobre sus hombros, los ojos los tenía hinchados y calientes, y la percepción de su cuerpo y de su entorno se sentía entumecida. Incluso, por mucho que trató de mantener las apariencias durante la reunión con el padre de Gabriel, desviando su atención hacia un costoso vino importado que llevó consigo, más de una vez notó como el hombre detenía la lengua antes de hacerle una pregunta (sobre su estado) cuya respuesta era obvia.

No estaba bien.

Echando el asiento de su deportivo hacia atrás, optó por tomar recostándose en el penumbra, para recuperar la capacidad cognitiva necesaria y reemprender el camino de regreso a las instalaciones de Antares, donde tendría que supervisar la mudanza al nuevo edificio que habían erigido, luego de años de esfuerzo.

Adiós rentas, adiós improvisaciones en los sets, y hola un espacio propio para continuar creciendo la empresa que empezaba a expandirse hacia el mercado internacional, tras lograr que la segunda nominación a los Oscar, de uno de sus proyectos, lograra la apreciada estatuilla dorada.

Un gran triunfo que trajo consigo un mar de trabajo y más preocupaciones, siendo el menor de sus problemas, Aura enfrentando una de sus peores recaídas tras ser expulsada del tercer centro de rehabilitación que la acogía.

Luego de revisar la respuesta de Matthieu a su mensaje avisando que llegaría tarde, un sencillo: "entiendo", como si hubiera sabido de antemano que el cansancio lo llevaría hasta ese límite, dejó el celular en el asiento del copiloto pasando el brazo por encima de sus ojos, cerrándolos y, de inmediato, notando el alud de preocupaciones que de día o de noche lo acosaban, espantando su sueño.

Rechinando los dientes, presionó el puño y soltó un quejido al escuchar que un automóvil se estacionaba a su lado.

El conductor apagó el automóvil, hizo silencio unos anormales segundos, ignorando que detrás de los vidrios polarizados del deportivo estaba él, aguantando la respiración para evitar ser visto y acosado con algún saludo innecesario; y luego ese hombre soltó una maldición ligera, para el lenguaje común, intensa para alguien que parecía no estar acostumbrada a ellas.

—¿Por qué? —la queja traspasó la distancia a través de la ventanilla abierta del otro automóvil, revelando la identidad de su conductor.

Una voz inconfundible.

Al darse cuenta de que se trataba de Gabriel, Ander se quedó aun más quieto al inicio, a penas moviendo los ojos, enfocando con mayor claridad una parte de la figura del hijo del presidente de la agencia. Un joven en sus veintes a quien había rehuido a conocer en persona, por alguna razón que no conseguía entender, a pesar del profundo aprecio que tenía por él.

Fusionándose con el asiento, lo vio inclinarse al frente sosteniendo sobre el tablero una revista.

Aunque podría resultar difícil asegurar que comprendía la mirada de Gabriel sorteando los obstáculos entre ellos, para Ander fue más que evidente el anhelo en su expresión, el deseo que había en sus ojos. Era un interés que él nunca había experimentado, más que había visto más de una vez en los últimos años, en quienes se acercaban a él, o cuando estaba en alguna sesión de ensayo para alguna grabación. El interés que despierta la atracción.

Esa mirada se le clavó en el pecho, deteniendo su respiración. Un acto del que apenas fue consciente cuando Gabriel salió del automóvil, ignorando por completo el deportivo a su lado, absorto en la culpa permeando su rostro, lanzando la revista dentro y marchándose.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora