27. Trato

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[Te extraño.]

Leyó y releyó las nueve letras conformando el escueto mensaje, apretando los labios, reteniendo la sonrisa cosquilleándole bajo la piel de las mejillas.

[Apenas es domingo], contestó.

[Te extrañé desde que salí de ti.]

La mueca del rostro, entre la falsa molestia y la sincera dicha, con un mote de picardía, se torció contra su voluntad.

[Concéntrate en el trabajo, pervertido.]

[Se lindo y mándame un beso. O, tan siquiera, una foto desnudo.]

¡Ese hombre! ¿Cómo una foto desnudo sería menos complicada o escandalosa que un beso?

«Descarado», pensó, enviando un emoticon de beso, consciente de que la disparidad en las sugerencias fue hecha adrede, para orillarlo a elegir la primera.

La respuesta inconforme no fue vista al instante, reclamando el protagónico una notificación de parte de Luz, confirmando que el día lunes la imprenta enviaría las primeras muestras de publicidad de otro cliente, y que ya los había citado para mostrarles el producto acabado.

Agradeciendo la dedicación de Luz, incluso en un día de descanso, Gabriel le contestó, no sin antes preguntarse si el exceso de disposición la estaba afectando. Últimamente la notaba taciturna, como si algo le preocupara. Algo que le costaba decirle.

La idea fue interrumpida por el mensaje de su madre:

[No llegues tarde, y no olvides las flores.]

Borrando la felicidad que experimentó, sentado en la cama de Ander, la respiración cortada, se recordó que sí, no debía llegar tarde con sus padres y... Andrea.

Aguantando el nudo atado al estómago sopesó la posibilidad de decirle a Ander, de avisarle que, si iba, no era por gusto, era por no quedar mal con ellos y con una clienta de Figgo. Sí, pensó en hacerlo, y al ver la vista previa del mensaje en el menú de notificaciones...

[Al menos añade un corazón.]

No lo hizo.

No quería arruinar la dulce conexión que era cuanto le quedaba de frente a su deber.

Guardó el celular y se fue.

«Cuando regrese, se lo diré», un pensamiento que reconoció, ya no la duda acerca de los límites de su relación, sino la necesidad de ser honesto con sus propios sentimientos, aunque no fuera los que hacían latir su corazón con alegría.

* * *

—Llevo diciéndole a este hombre que trabaje menos y salga más, desde el primer día que entró a la agencia —su madre le apretó los hombros, pasando por detrás suyo y del sillón, donde estaba sentado junto a Andrea, luego de dejar en la mesa del jardín una bandeja con galletitas.

En respuesta, presionó sus dedos, esperando que comprendiera que dejara de avergonzarlo.

—Mi padre dice lo mismo —replicó Andrea, con una sonrisa, concediéndole a Gabriel su apoyo—. Que su hija esté por desfilar nuevamente en la pasarela de la Semana de la Moda en París, le infla el orgullo, y no deja de presumirme. Sin embargo, eso no hace que pierda ni una oportunidad para decirme que va siendo hora de buscar darle un heredero a los Echeverria.

El comentario acentuó el apretón de su madre, con una emoción que no veía, detrás de él, y sí que sentía.

—¿Y qué piensa de este joven guapo como candidato?

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora