12. Pregunta

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—Y —Luz entró en la oficina cerrando la puerta tras de sí, dirigiéndose con sospechosos y apresurados pasitos hacia el escritorio—... ¿Cómo nos fue?

—¿Cómo nos fue? —Gabriel pasó una hoja releyendo la información de las finanzas del trimestre, y regresó, haciendo la comparación con las facturas en el escritorio, añadiendo una nota con un lapicero verde, sin apartar la vista del trabajo que no le gustaba hacer, y que tenía la obligación de completar— ¿Con quién o a quienes?

Los hombros de la joven cayeron, molesta por el desaire de su jefe, pese a entender que una vez que el trabajo lo atrapaba, era difícil sacarlo de ese estado de inmersión que era independiente a si le gustaba o no hacerlo. Pero, no parecía poder esperar más para satisfacer la curiosidad.

—Con el Sr. Zaldívar.

El apellido abrió un boquete en la concentración de Gabriel, que elevó la vista, de las hojas hacia la secretaria.

Dejó el fajo de facturas en el escritorio y se quitó las gafas de lectura, apoyándolas en el bonche. Agotado, de dos días de una carga de trabajo considerable, se apretó el puente de la nariz:

—Normal —movió el cuello—. No habrá nada nuevo con Antares hasta la primera revisión del proyecto y lo sabes —mejor que nadie, había que señalar, siendo que Luz llevaba la agenda de cada uno de los trabajos a cargo de la agencia.

—No pregunté por Antares.

La aclaración comenzó a despertar una diminuta inquietud que Gabriel desoyó, reacio.

—Entonces, no sé a qué te refieres.

La mirada de la joven, por lo general vivaz, marcó un claro reproche, como si le advirtiera que no la tratara como a una tonta.

—Verá, presidente —enlazó los dedos y los estiró al frente, enarbolando un brillito perspicaz en el gesto—. La bolsa que recibí el otro día por mi discreción, no me hizo ciega.

Más alarmas se desperezaron al interior del presidente. El inicio de una película de terror, la escena de advertencia del peligro inminente.

—Y como usted parece pensar que sí, seré directa —añadió una pausa dramática—: ¿Ya empezaron a salir o aún no?

Cada pieza de su compostura se fue directo al suelo, donde los botines de Luz los pisaron sin parecer preocupada por ello, o lo que podría significar: años de secretos, y dos reputaciones, una más formidable que la otra, aunque la otra siendo la propia; en juego.

—¿A qué te refieres? —ahogó un tartamudeo, y este se amarró agudo al final de la pregunta.

Y esa palidez repentina debió ser suficiente para confirmar uno de los posibles cuadros que Luz pintó en su cabeza, al paso de los meses que llevaban trabajando juntos, informándole el terreno frágil que estaba tocando y que, por su expresión, le resultaba inaudito.

—Usted no ha salido del clóset, ¿cierto?

—¡No! —fue la incriminatoria respuesta con la que Gabriel se atragantó— ¡No sé a qué te refieres! —el triste intento por salvar el pellejo— M-mejor vete. Vamos contrarreloj y necesito que revises los horarios de mañana, antes de la salida del equipo de grabación a la se-sesión en campo con la señorita Ribeiro.

Una tarea de la cual Luz ya se había encargado, y cuyo anzuelo no mordió, esperando a que el bombardeo del presidente cesara.

—¿Qué haces ahí parada aún? —preguntó, fingiendo retomar el trabajo suspendido en las hojas que apretó entre los dedos, arrugando el fajo.

Luz le dio un segundo extra para calmarse y, después, muy despacio, habló:

—No es un secreto.

Podría haberle dicho que, efectivamente, el mundo era plano, y que la idea instaurada en el común, de que era redondo, venía de cualquiera —¡la más loca!— de las miles de teorías conspiranoicas que existían (reptilianos, el gobierno, científicos locos, OVNIS, etc.), y habría sido menos devastador que la sola sugerencia de que sus esfuerzos por encubrir su orientación, fueron en vano, y esta era de dominio público.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora