10. Sueño

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El Jardín Botánico de Maravilla era uno de esos espacios famosos por ser locación de múltiples y galardonadas grabaciones, para cine y televisión, y que formaba parte de la mayoría de (por no decir: de todos) los tours de la ciudad. Sin ir más lejos, la última producción del estudio de animación de Antares usó la atalaya apostada junto al lago repleto de pesces y patos, como modelo de referencia para crear el castillo floral de su más reciente película nominada a los BAFTA.

Un refugio natural en la creciente mancha urbana.

Para dar el mantenimiento a sus espacios, el jardín cerraba temprano y, a esa hora, nueve y media de la noche, no tendrían por qué tener las puertas abiertas, ni contar con un guardia recibiéndolos y asegurando que estaría al pendiente en caso de que Ander lo requiriera.

La serie de irregularidades sólo tenían, al parecer de Gabriel, una explicación: el poder de la fama y el dinero.

A pesar de visitar con cierta frecuencia el jardín en sus horarios comunes, a primera hora de la mañana, no había reparado en la placa de metal debajo de las enormes letras forjadas anunciando "Jardín Botánico de Marvilla". En la placa se expresaba la gratitud de la ciudad a Antares, por su patrocinio y apoyo en la conservación de las instalaciones.

Años desviándose del trayecto a su departamento para ducharse antes de volver a la contienda en Figgo, luego de trasnochar en la agencia, andando con un laxo caminar por los senderos concurridos de grupos de corredores disfrutando del ejercicio matutino en un paisaje florido; y hasta esa noche, su automóvil estacionado junto al de Ander, bajo una lampara blanca, reparó en el agradecimiento.

«La fama y el dinero», se repitió, empezando a comprender la seguridad de Ander al dar por sentado que no lo rechazaría.

Nadie rechazaba a Ander y lo que implicaba su presencia.

Aunque... ¿Cuánto de esa seguridad se justificaba, en verdad, en su sola presencia?

La extraña pregunta se coló en su cabeza como un curioso gusanito asomando en la tierra, siendo cubierto al instante por la mano que alcanzó la suya. Un desvergonzado acto, haciéndolo ir al lado de Ander, cubiertos por la diáfana luz de la luna y los tenues faroles enmarcando el empedrado.

Gabriel giró la cabeza hacia atrás, con el corazón en la garganta, jurando que encontraría al guardia clavándoles una mirada acusatoria y despectiva en las espaldas.

En su lugar, vio al hombre yendo en sentido contrario a la caseta de vigilancia, emitiendo un sonoro bostezo, alargando las manos al cielo para desperezarse y colocándose los audífonos, indiferente a su presencia.

—Me gusta venir a esta hora.

—¿Por qué a esta hora no hay gente común?

El comentario se deslizó fuera de su boca sin que se diera cuenta, absorto en calmar sus acelerados pensamientos, hasta que Ander se detuvo y comprendió lo atrevido y grosero que fue.

—Te conocía el lado trabajador, el tímido y el caliente, pero no esa lengua afilada —y se echó a reír—. La prefiero por encima de la hipocresía.

Ajustó el agarre a su brazo, permitiendo que el alivio de ver que su desliz no causó más problemas, se superpusiera al pudor que habría evitado la cercanía innecesaria en un espacio que, solitario o no, era abierto.

—Y no, no es el motivo.

—¿Entonces? —se animó a continuar.

Si ya estaba ahí, se resignó a no ser capaz de impedir que lo jalara a lo profundo del infierno. Al menos, se esforzaría por disfrutar un segundo más de la ilusión. O eso le pidió a su cerebro que, fiel al mareo producido por el perfume de Ander y el calor de su cercanía, le concedió la anhelada serenidad en el bullicio de su cabeza.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora