7. Repetir

21 3 0
                                    

El "contrato" fue sellado de una peculiar manera.

Un bocado del pastel de trufa de chocolate fue del plato de Ander a su boca, seguido de un beso oculto por los biombos.

A pesar de la aclaración de Ander, en lo que concernía a la discreción que le debía el hotel, Gabriel se tensó, inseguro, provocando que su amante se viera en la necesidad de ayudarlo a relajarse. Una obligación que cumplió a gusto, y que Gabriel sufrió encantado.

Esa bendita boca sabía bien lo que hacía.

Gabriel no era ningún inexperto. Era un buen besador, a decir de las contadas novias que tuvo. Un amante considerado y tierno a quien, su único detalle, si se entrevistara a las cuatro mujeres que pasaron por su intento de acallar posibles sospechas en la ausencia de un historial femenino en su haber; sería que le faltaba pasión.

Un amante dulce, romántico, atento que, tras el bombardeo inicial, se sentía monótono y hasta robótico, como si estuviera actuando (lo estuvo haciendo) de acuerdo a un guion. Por ese motivo, las cuatro damas, contra el buen juicio social, intuyendo que en el corazón de Gabriel no había un espacio real para ellas, que lo hiciera arder de deseo, se apartaron dolidas por no ser "suficiente".

La realidad que ellas desconocían era simple, y compleja.

Bajo su piel, el fuego se encendía de forma distinta, y vaya que lo hacía con un ardor intenso.

El simple toque de los labios de Ander, el roce de las yemas callosas por los viajes en canoa, el rapel y un largo etcétera de actividades deportivas extremas, sobre el revés de su mano de oficinista, sacaba chispas en la yesca de sus deseos reprimidos, elevando llamas que consumían su mente en un voraz incendió.

No fue el alcohol de la noche pasada lo que lo llevó a los brazos de Ander, fue que Ander tenía un don para tentarlo e incendiarlo.

Al separarse, se quedó viendo el pastel sobre la mesa. Trufa, chocolate y oro.

Sería el pastel más caro que dejaría abandonado y, aunque la voz al fondo de su cabeza (de su madre) le recordaba las incontables personas que darían su vida por la comida que estaba dispuesto a desperdiciar, e intentó forzarse a sentirse mal por ello; cuando sus ojos se encontraron con los de Ander en la breve distancia que quedó luego del beso, no le interesó.

Después compensaría su mal actuar.

Después de volver a acostarse con Ander.

Perdido en la conexión que sostenían, en sentir el aliento del CEO sobre sus labios, olvidó las reservas y la timidez, dándose la excusa de estar envuelto en la magia del chocolate, y buscó dentro de la bolsa interna del saco de Ander la tarjeta de la habitación.

No hizo falta decir nada más para entenderse.

Conservando el decoro, Ander se acercó a su oído:

—Habitación setecientos siete. Es una suite en el séptimo piso. Ve y espérame.

Una indicación sutil, para la nada sutil urgencia de ambos.

No llegarían a la suite sin hacer un espectáculo enredándose en el elevador, y por mucho que el hotel le debiera discreción a Ander por su relación como socio a través de Antares, los clientes con los que pudieran encontrarse en el camino, no.

Empujando la silla, Gabriel se retiró. La bruma de sus deseos más bajos cubriendo la cordura con que se condujo buena parte de su vida.

Al llegar a la recepción, su cabeza se despejó lo suficiente, dándole permiso de enfocarse en buscar el modo de llegar al sexto piso, desconociendo el camino al elevador, y sin señalizaciones a la vista.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora