6. Contrato

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La reservación de Ander era en el restaurante de un hotel de lujo a la orilla del mar, en una zona exclusiva para el turismo más pudiente que visitaba Marvilla, repleto de increíbles construcciones de paredes blancas y cristal, y preciosas palapas cuyos caminos, a esa hora, con el atardecer cayendo, se iluminaban con antorchas clavadas en las piedras o la arena. Una zona que Gabriel había visitado dos veces. Una, durante la celebración de graduación de la universidad, y la otra, en la boda de un familiar.

Esa boda, ocurrida hacía un año, avivó el interés de sus padres por verlo casado.

Felicidades a la pareja, y sus auto condolencias por las consecuencias.

A un lado del lujoso Jaguar, Gabriel estacionó, además de su modesto transporte, las memorias de lo sucedido en la cama de su cliente, a favor de preocupaciones de mayor interés: en un sitio así, Ander debía ser bastante conocido y, si lo veían con él, ¿qué pensaría la gente?

El letrero neón que aseguraba llevar pegado a la frente se encendió de vuelta, haciendo de sus pasos un andar rígido. Las manos sudándole a raudales.

Ander lo observó de soslayo y no dijo nada, prosiguiendo su caminar.

El botones los recibió, guiándolos a la recepción o, más bien, guio Ander.

A una distancia de cinco pasos, Gabriel se detuvo en el intercambio de cortesías entre el personal y el CEO de Antares. La luz blanca empotrada en las paredes de moqueta, era una desalmada lampara de interrogatorio.

Quería irse, pero si lo hacía se vería sospechoso.

El debate oscilando del punto A, de querer irse, al B, de quedarse para no llamar la atención con su partida, no tardó en ser interrumpido por Ander colocando frente a sus ojos la tarjeta de una habitación, aunque sí tardó en entender la intención del objeto. Cuando lo hizo, su rostro se puso pálido y, encima de ese blanco, hubo un rojo intenso, rogando que nadie más viera ese simple rectángulo de plástico que, en sus gramos de peso, ocultaba una tonelada pecaminosa de revelaciones.

—Para después —dijo Ander, y la guardó en su bolsillo.

El botones se acercó de nuevo a escoltar a Ander al restaurante. Él se negó, alegando que conocía el camino y, enseguida, retando al destino, le tomó la mano.

—El hotel se distingue por ser particularmente discreto —le informó, como si eso debiera darle calma, yendo de la recepción al restaurante—. Además, saben que el patrocinio de Antares podría abandonar su barco, si no muestran su gratitud de la manera adecuada a la situación.

—Eso no significa que debamos —tiró suavemente de su brazo, descubriendo que Ander no colocó ninguna resistencia a soltarlo—...

Si lo agradeció o lo lamentó, no lo tuvo en claro, más se obligó a pensar que fue lo primero, yendo a su lado, sin juntarse demasiado, aliviado de que Ander no diera muestra de ofenderse o insistir.

Al ser llevados por una mesera a una de las mesas VIP del restaurante, con vista al mar a través de unos enormes ventanales polarizados, la mesa rodeada de biombos brindando privacidad a los comensales, Gabriel reconoció el sitio.

Él había preparado la publicidad para el hotel y restaurante, hacia un año, como dijo Ander, siendo parte de la colaboración de Antares con la cadena de hotelera que lo construyó.

En su tiempo, al ver las fotos, había creído que nunca podría ir a un sitio como aquel, y menos ocupar una de sus zonas VIP y... Ahí estaba, sorprendiéndose otro día con que todo eso que se dijo que nunca tendría, que nunca pasaría, estaba pasando.

Deslumbrado por el lujo, se sentó, sus labios se curveándose en una sonrisa amplia e ilusionada.

—Una vista preciosa.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora