22. Ingenuo

11 2 0
                                    

Roberto soltó el humo del cigarro al doblar la esquina, en el descanso del quinto piso, sin importarle la incomodidad que el aroma o el humo causara en los demás inquilinos. Según su lógica, si el resto no quería encontrarse con ese problema, para eso estaba el elevador. Suficiente consideración de su parte era optar por las escaleras en vez del cubo de metal.

Levantó la vista, recuperando el aliento, seguro de que un día, o le levantaban una queja por el olor, o las cajetillas le pasarían factura.

Al fondo del pasillo, pasando por dos números a cada lado, vislumbró una reconocida figura trajeada de Armani a la que le restó importancia conforme recorrió los metros faltantes a su departamento.

Con una mano en el bolsillo del pantalón, y la otra sosteniendo el centímetro de cigarro que le quedaba, buscó su llave, la sacó, la insertó en la cerradura y abrió, permaneciendo junto Ander Zaldívar por unos segundos, antes de sonreír y mirarlo de soslayo.

—Sí esperaba verte tarde o temprano, en las oficinas de Scena, no en mi casa.

Ander no respondió.

—Tu presencia aquí sólo puede tener un significado...

Empujó la puerta, haciéndole una señal para que lo siguiera.

No les daría a las paredes la oportunidad de escuchar una primicia, y menos cuando esta se presentaba por voluntad propia en su casa. Un servicio a domicilio insuperable.

En del departamento monoambiente, con la luz del área de cocina iluminando el interior, Roberto fue hacia la cafetera. Apagó el cigarro en un cenicero limpio a un lado del aparato, y tomó un filtro nuevo para colocarlo.

—Si estas aquí —retomó el tema, echando una cantidad exagerada de café—, lo tuyo con el presidente de Figgo debe ser más serio de lo que se ha imaginado el mundo entero.

Ander continuó callado, inmóvil a unos metros.

—¿Y quién te fue con el chisme de mi visita? ¿La secretaria? —vertió el agua y encendió la cafetera— De la Cruz no parece el tipo de persona que buscaría ayuda por su cuenta, y menos de quien pretende proteger.

Siguiendo, por el rabillo del ojo, el cambio de peso de la pierna izquierda a la derecha, Roberto sonrió para sus adentros el triunfo obtenido al alterar al impasible y famoso CEO de Antares.

—Mira —se giró, recargándose en la encimera, cruzando los brazos sobre el pecho—, si crees que el circo que montaste para alejar los reflectores de la sospecha de su relación...

—Aléjate de Gabriel.

Con las sombras detrás, la figura de Ander remarcó sus palabras, no a modo de petición, sino de una clara amenaza a la que no le hicieron falta matices, logrando que Roberto se quedara callado y su expresión pasara del impacto a la sorpresa.

—Ander Zaldívar —remarcó el dramatismo—, me dejas mudo.

—Te estoy previniendo —entrecerró los ojos—. Si quieres seguir trabajando en el medio del espectáculo, aléjate de él.

Sin nada más que decir, Ander se giró, haciendo el amago de marcharse.

—No es a mí a quien deberías estar amenazando para que me aleje de él.

Los pasos de Ander se detuvieron, confundido.

Moviendo el azucarero a un costado, Roberto jugueteó con su paciencia.

—¿Desperté tu curiosidad?

La cafetera sonó al fondo de la conversación.

—Estuve realizando un poco de trabajo de campo por mi cuenta, y me enteré de que cierta persona tiene sus ojos puestos en él, y no sólo eso —alargó una pausa, degustando la exasperación de Ander—. Esta persona ya hizo su primera jugada, y es probable que tenga más ventaja que tú, o que el temor que acabas de desbloquear: yo.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora