19. Elevador

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Cuando Ander dijo que esos días podrían ser movidos, no se refirió a que la prensa conociera la identidad de su acompañante y sus consecuencias, sino a que la bomba aún no estallaba, pero la gente ya perdía la cabeza, impaciente por ver el mundo arder.

Si la prensa hubiera identificado de inmediato a Gabriel, Ander habría sido menos permisivo en su disculpa, recomendaciones y movimientos, siendo que el adjetivo que ocupó para calificar la situación frente a sus padres aludía al preámbulo del caos, las dudas y las sospechas. El CEO de Antares pecó de un exceso de esperanza y fe recargadas en su suerte, al no plantearse la posibilidad de que cierto reportero se presentara en la oficina de Gabriel, y que Gabriel, una persona común, cayera en su juego.

O al menos eso fue lo que Gabriel quiso creer, sentado en su oficina, distraído a lo largo de sus horas laborales, carente de ganas de hablar, enfocado en idear una solución al dilema en sus manos. Por fortuna, Luz supo mantenerse al margen, luego de que el periodista abandonara la oficina y se asomara a investigar cómo se encontraba.

Para el final del día, concentrándose con dificultad en sus pendientes, lamentando no tener ninguno que lo llevara a la trinchera para despejarse, tomó su portafolios por inercia, dirigiéndose al estacionamiento, eludiendo la plática con el jefe de seguridad, y subió al automóvil que llevaba aparcado varios días al fondo.

De regreso a su departamento fijó la vista en la carretera, rehuyendo de pensar en su celular, y en las infinitas ganas de llamar a Ander, o de que él lo buscara.

«Distancia», se dijo «tengo que guardar distancia de Ander».

Si no quería que los relacionaran más, y que el periodista (un escalofrío le recorrió el cuerpo al rememorar sus últimas palabras) no tuviera forma de comprobar sus sospechas de manera gráfica, para exponerlos, tendría que evitar cualquier acercamiento que fuera más allá de un estricto contacto en la agencia.

«Ni eso», pensar lo evidente y en sus implicaciones.

La distancia que tendría que poner le revolvió las entrañas.

Unas horas atrás disfrutaba de los brazos de Ander, abandonado a una ilusoria sensación de riesgosa seguridad y, ahora, no veía más camino que alejarse. Que impredecible y voluble era la vida.

Se regañó por sus pensamientos. Porque no eran los correctos. Porque se escuchaba igual que un amante sufriendo la anticipada separación, en vez de un... Amigo con derechos. Dicho título era lo más cercano a describirlos, omitiendo el título real: empleado con derechos.

Por mucho que Ander fuera un sueño andante, por muy caballeroso y atento que se portara, fueron claros en el jardín botánico. Ese era un mero "contrato", un intercambio conveniente de placeres, en el cual, por lógica consecuente, no debían involucrarse sentimientos que entorpecieran tomar las decisiones apropiadas ante situaciones como la que tenían encima.

El plan de Ander fue muy fantasioso, en contraste a la realidad, y le correspondía a Gabriel emprender las acciones adecuadas al respecto.

Por más que se forzara a pensar que la decisión era por él y por su familia, en realidad sabía que era por el bienestar de Ander.

Con la llave en la cerradura de su departamento, por un segundo esperó abrir y encontrarse de nuevo con el CEO invadiendo su espacio.

Giró el pomo, empujó la puerta, entró y se decepcionó por su ausencia, agradeciendo que no estuviera ahí.

Fue hasta el día siguiente, con la cabeza más clara y firme en su resolución, que al ir hacia el estacionamiento del edificio, se encontró con Ander, recargado en un automóvil que no era el suyo. Un BMW gris oscuro.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora