24. Clave

5 2 0
                                    

Ander sentó en sus muslos a Gabriel, haciendo que sus glúteos se apretaran entorno a la erección que clavó en lo más hondo de sus entrañas, empujando sonoros gemidos por su garganta, con el roce constante y profundo sobre su próstata.

Gabriel pasó los brazos alrededor de su cuello, las tetillas torturadas por el frote de la piel perlada del CEO, su pecho subiendo y bajando al ritmo de una errática respiración, y los músculos perfectamente definidos de su estructura, afianzando el débil hilo de su cordura, que se iba deshaciendo a la par de los saltos para el placer de ambos.

Entrelazados, fundidos y llenando la habitación del hotel con los claros sonidos de sexo, caldearon la habitación con el calor sofocante de su deseo.

Ander atacó despiadado por dentro y en la cima de la hombría de Gabriel, complementando con ráfagas de besos en los sitios remarcados por chupones y mordidas, insistiendo, con actos, en la sugerencia echa antes de entrar y someterlo:

"Vive conmigo."

La idea, asentada en la racionalidad, era peligrosa.

La idea, asentada en la lujuria, en el frenesí del corazón de Gabriel y en la fantasía, convirtió el don de Ander enloqueciéndolo, en lo más cercano al cielo.

Gimió el nombre de su compañero. Marchando unidos en la oscuridad, en ese breve espacio antes del orgasmo, cuando aún persistía un atisbo de claridad, las penetraciones cesaron.

En las sombras, la sorpresa y la frustración de Gabriel buscaron el gris de Ander.

—¿Por qué...?

—Porque aún no me respondes que sí.

—Pero —su cabeza luchó por halar de la prudencia y la sensatez inexistentes—... Pero... Sería... Peligroso —apretó los dientes, empujando las caderas en un ruego desesperado por sentirlo—...

—¿Por qué? —esta vez la exigencia vino de parte de Ander, acompañada de caricias en la espalda baja y besos en el cuello— ¿Qué sería lo peligroso?

—Van a... Hablar —no era una razón, sólo un motivo al azar que usó de coartada, rehuyendo del "sí" que ansiaba, sin que sus neuronas fueran capaces de trabajar coherentes en una contestación elaborada o viable—...

—Y si —lo hizo recostarse, saliendo unos centímetros de él, unos centímetros que odiaron— no hablaran —y de golpe se enfundó hasta el fondo—, ¿lo harías? —la voz grave, casi un gruñido, con el que preguntó, delató su límite.

El límite de ambos.

Al tenerlo dentro, Gabriel presionó las paredes internas, previniendo que volviera a salir.

Delirante, asintió con un jadeó:

—Está bien.

—¿Está bien qué?

—Juntos. Vivir —trató de moverse por su cuenta, entre queriendo sacarlo y no—... Juntos... ¡Sólo muévete!

Los ojos de Ander se entrecerraron triunfantes, concediendo su deseo, al obtener el propio, en un desesperado movimiento.

* * *

—¿Hablabas en serio? —preguntó, en la puerta del cuarto de baño, usando una de las batas proporcionadas por el hotel.

—No.

El calor del agua caliente que lo ayudó a recuperarse del agotamiento posterior al sexo, desapareció, dejándolo plantado frente a la cama.

—No podría salir desnudo, e ir a la recepción a pedir servicio al cuarto —continuó Ander, repasando el menú, recargando la espalda en la cabecera, sentando en la cama—. El exhibicionismo, de momento, no está dentro de los escándalos que me apunto a protagonizar.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora