59. Nota

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—Puedes llevártelo —dijo Matthieu al nuevo jefe de secretariado, devolviéndole el contrato que respaldaba su nueva posición, mismo que olvidó regresar absorto por el trabajo pendiente apilado en la oficina de Ander, que si bien estaba fuera de sus deberes de acuerdo al puesto, tenía la potestad de resolver.

Y tenía que hacerlo, con Ander sin cabeza para encargarse. Tras años soportando una vida repleta de secretos, que más de una vez le advirtió que se le vendría encima, estos por fin lo habían alcanzado y de la peor manera.

De cierta forma se sentía responsable, aun siendo consciente de que no lo era.

Los "si hubiera", los "debería haber", las mil y una rutas distintas que pudo haber tomado o empujado a Ander a tomar, lo acosaban entre carpetas y firmas, entre llamadas y decenas de culpas más, en forma de inmensas y aterradoras sombras porque, así como no pudo haber previsto el futuro ni obligado a Ander a hacer o dejar de hacer, a hablar o no, etc., también tomó elecciones de las que no se arrepentía, más sí reconocía las consecuencias.

Él eligió a Ander en vez de Eduardo y a Andrea, cuando estos insistieron en querer que su primo hablara, cuando lo presionaron para conocer una verdad que a medias Matthieu fue entendiendo a largo de los años siguientes, tras la muerte de Adel; creyendo que si Ander no tenía a nadie en quién apoyarse, con su hermana sumida en una depresión destructiva, una empresa endeudada a sus espaldas y la única familia que le quedaba acusándolo de ser un asesino...

Se quedó con Ander por miedo a que otro de los niños con los que creció, a quien consideraba como un hermano en un país que le era ajeno, cometiera una locura. Una locura más de las tantas que ya estaba cometiendo, jurando ser su confidente y su apoyo, aun en el silencio.

Fue su elección, y lo fue el seguirle el paso porque, para sus adentros, la imagen de los seis niños jugando en el Jardín Botánico, esperaba que algún día pudiera reflorecer si sólo insistía en vigilar que Ander y Aura siguieran adelante.

Jamás lo dijo, jamás se permitió si quiera pensarlo en concreto, sólo trabajó sobre la esencia del anhelo infantil, temiendo que si un día lo imaginaba o lo decía, se daría cuenta él y el mundo, de lo ridículo de su deseo. Andrea y Eduardo eran hermanos. Ander, Aura y Adel eran hermanos. Ellos eran primos. Y él, él era un simple desconocido que en secreto ansiaba ser parte de su familia.

Mordió el costado de su lengua.

El sabor metálico de la sangre lo trajo al presente, pasando por los rápidos lamentos de elecciones menos complejas e igual de impactantes, como el haber enviado a Gabriel a Birmingham, sin corroborar el itinerario que Ander cambió a último minuto, pasando por Aura para llevarla con él, al buscar consuelo en su hermana, y que sólo complicó más la situación. Una intervención que era su propio secreto, y una razón más por la que aceptó las siguientes decisiones de Ander.

Sacudió la cabeza.

El cuello le tronó dolorosamente por el estrés.

Agazapado, la frente recargada en el escritorio de Ander, recomponiéndose del breve lapso de memorias, reclamos y anhelos subrayando su ineptitud, el vibrar de su celular lo hizo alargar la mano, tomarlo y bajarlo a su muslo para ver, ojos entrecerrados, la vista previa del mensaje proveniente del equipo de seguridad.

El jefe de su equipo recibiría un aumento por acceder a hacer de investigador privado. Una anotación que se hizo, escribiendo la respuesta: "continúen buscándola".

Hasta cierto punto, pedirle que se reportara cada hora, hubiera o no avances, jugaba en contra de sus nervios, más era incapaz de decirle al jefe que se abstuviera hasta obtener resultados, cuando necesitaba asegurarse de encontrar a Andrea antes que nadie.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora