29. Huir

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«¿Cómo es que todo... Se salió de control?»

La pregunta rondó su cabeza adormilada enlazando los eslabones de una cadena de eventos que, unos minutos antes de cruzar las compuertas del elevador, llegar a la sala y encontrarse con Ander de espaldas viendo a través de los enormes ventanales el paisaje nocturno de Maravilla; distaba del burbujeo proveniente de las ansias del reencuentro.

Edificios nuevos haciéndose espacio en una arquitectura clásica de gruesos muros de adobe y fachadas amarillas y naranjas, distinguibles por una iluminación cálida que centellaba reflejándose en el mar, haciendo difícil el distinguir, sin la luna de referencia, dónde terminaba la tierra firme y dónde comenzaba el misterio del inhóspito océano.

Verlo, después de una semana, de alimentar sus ganas en un contacto limitado por la lejanía, permitido por la tecnología que aún no era lo suficientemente avanzada para satisfacer por completo su hambre de aquel hombre; lo colocó al límite.

Y supo, en ese sitio, a unos metros de sus brazos, que sus sentimientos eran superiores a su razón. Esa vez lo eran.

A diferencia de las ocasiones pasadas en que huyó despavorido al ser mínimamente consciente de un latido anormal en su pecho, causado por una persona de su mismo género, impidiendo que aflorara, asfixiándolo con premura; esta vez la semilla germinó, echó raíces y lo orilló a lanzarse fuera de su zona segura. Está vez él dejó activamente que germinara.

Si había un futuro o no, no necesitaba pensar en ello.

Sólo quería (y lo hizo) acercarse.

Sólo necesitaba (y lo hizo) tomar la mano de Ander.

Sólo requería abandonarse en un beso y darle a su corazón la libertad de soltar las riendas, entregándose a los coqueteos de Ander y a la certeza de que no era el único que se olvidó de la existencia de un mundo y un...

—... No hay razón para continuar con nuestro "contrato".

Sí. Esa fue la frase que despedazó el sueño.

La frase y la mirada que lo acompañó.

Los ojos grises de Ander a veces parecían cálidas aguas del mar en primavera, con una capa de espuma en su devenir dulce al acariciar la playa y retroceder, extendiéndole una invitación a empaparse los pies y abandonar la pesada cotidianeidad de la sociedad. Amaba esa mirada que no le había visto dirigir a nada más, que era exclusiva de él.

Amaba esa mirada...

La mirada que no lo recibió al sostenerse a su brazo, impactándolo, en su lugar, con una mole de hielo resquebrajando la dicha.

—Infiero que te diste por satisfecho divirtiéndote conmigo, como para empezar a salir con la señorita Echeverria.

Las estalactitas grises de sus ojos lo empalaron despiadado, y le tiraron el mundo encima, en esas contadas palabras.

Los oídos le zumbaron.

Lo que trataba de asimilar una realidad, y que parecía una escena nacida en el infierno, chocó contra sus emociones, colapsando los sonidos en sus oídos, la materia de los objetos a su alrededor y la temperatura bajo su piel.

Su mente confusa hilvanó los hechos, empeñada en darle sentido a...

Preguntó.

Claro que preguntó a qué se refería.

Movió los labios.

Emitió sonidos con el uso de las cuerdas vocales.

Los pulmones se le vaciaron de oxígeno.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora