20. Comunicado

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La prensa, arremolinada alrededor de la entrada al edificio, estaba lista para recibir la bomba completa.

Ander marcó, descolgaron y sólo necesitó decir: "hazlo".

Colgó la llamada, se guardó el celular y, a través de las puertas de cristal, saludó a los reporteros que se apretujaban sacando fotos a diestra y siniestra de su persona, de pie a unos metros de ellos, con la seguridad del edificio atenta a una conglomeración a la que nunca se habían enfrentado, nerviosos, a diferencia del hombre que les avisó antes de que el tropel de periodistas llegara, dándoles ventaja para cerrar el edificio.

Una menuda joven surgió de la muchedumbre pegándose al cristal de la entrada, sorprendiendo al personal y a Ander. Era difícil creer que, con su estatura y complexión, logró vencer al gentío, llegando sana y salva a mostrar una tarjeta de visitante.

El encargado de abrir revisó la tarjeta, la cotejó en una lista y, con mucha dificultad y varios compañeros apoyándolo, la dejó entrar, tras recibir la confirmación del jefe de seguridad.

Despeinada, los lentes fuera de línea, sin siquiera detenerse a soltar un suspiro de alivio o triunfo por la odisea salvando la marabunta, echó a correr rumbo al elevador, con una tableta electrónica pegada al pecho. Distraída en su prisa, descuidó la colocación de su pie y chocó con el costado de Ander.

Manteniendo el equilibrio, apoyada por el CEO, la joven se enderezó, levantó la mirada, y Ander atrapó la tableta que casi iba a dar al suelo, regresándola a su poder, con la pantalla de bloqueo encendida por el brusco movimiento.

—Gracias —suspiró feliz de que no ocurriera una desgracia—, Sr. Zaldívar —dijo, la cara blanca por el susto, y roja por el esfuerzo, para luego despedirse y macharse desordenadamente.

Ander se giró, viéndola entrar al elevador.

—¿Qué hace ella aquí?

El mal presentimiento que germinó al reconocer el logo en la pantalla de la tableta, y a la joven, se escurrió por entre sus dedos, a consecuencia del vibrar de su celular que traía consigo el mensaje de confirmación a la orden que dio, y que estaba en marcha.

Una gran, gran equivocación que pagaría caro.

* * *

—Es justo lo que buscaba.

Enganchó el cabello detrás del oído, antes de recibir la tableta de parte de su asistente, una mujer que estuvo esperando en silencio y de pie a su lado, ignorando la silla junto a su jefa, y que minutos atrás ingresó a toda prisa disculpándose por la tardanza. De acuerdo a lo entendido en su corta conversación, Gabriel dedujo que los reporteros en la entrada entorpecieron su objetivo.

No pudo evitar sentirse indirectamente responsable, y de inmediato desvió la conversación al acuerdo de la señorita Andrea con el bosquejo de una idea acorde a sus necesidades, que hizo, esperando no tener que enfrentarse a las preguntas del porqué, por quién, cómo y cuándo de la horda de cámaras y micrófonos. Suficiente tuvo con experimentarlo y darse cuenta de qué tan agresivo era el mundo de Ander.

Hasta ese día pensó que las tomas de acoso mediático a los moradores del espectáculo se trataban de una mera exageración para crear impacto. Hasta ese día, que le tocó vivir en carne propia la escena.

—Me alegra escucharlo. Si la idea le gustó, en cuanto tengamos lista la primera propuesta agendaremos una fecha para mostrársela.

En automático, la asistente abrió una gruesa agenda, realizando anotaciones a una velocidad extraordinaria.

Andrea Echeverría se levantó con una afirmativa, seguida de Gabriel, quien dio un paso, deteniéndose cuando, en lugar de continuar su camino a la puerta para marcharse, cual era la intensión común de la acción, la mujer se quedó en su sitio observándolo insistente.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora