26. Tramoyedo

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El bar "Tramoyedo" era un local desabrido y gris, ubicado en el sótano de un edificio oculto en el entramado de las calles principales de Marvilla, al fondo de un callejón reducido, con un sobrio letrero luminoso anunciando su existencia, enclavado en la fachada deslucida del número ciento treinta y dos, a una altura apenas por encima de la cabeza de los escasos transeúntes.

Si no fuera porque Roberto Ibáñez le hizo llegar la ubicación, Gabriel no habría dado por su cuenta con el establecimiento.

Pensar en Roberto le escoció las entrañas. Los nervios y el coraje hicieron burbujear el ácido gástrico en su estómago. Entrar, no era una opción agradable, más era la única que tenía, con el ultimátum velado en las contadas palabras del mensaje.

Bajó las escaleras, cruzó por la puerta de madera y recibió un escueto saludo por parte del barman, un hombre entrado en canas.

—¿Qué gusta que le sirva? —el hombre colocó en la barra de madera vieja, delatora de la antigüedad del bar, el vaso tipo old-fashioned que estaba secando. Un buen cliché.

Un vaso de agua. Se dijo que pediría eso. No quería pasar más tiempo ahí, ni intercambiar copas con el hombre que apareció detrás suyo, sosteniéndolo de la cintura, provocando un terrible escalofrío que viajó de esa zona al resto de su ser.

—Yo quiero un whisky, y él —Roberto subió la mano por su espalda, hasta rodearle los hombros con el brazo—... ¿Ron? —negó— Apuesto a que eres más del tipo que bebe ginebra.

—Cerveza —intervino el barman, girándose a cumplir la orden y la sugerencia, sin importarle el movimiento descarado de Roberto en un hombre, como si estuviera acostumbrado a ser ciego y sordo a lo que sucediera del otro lado de la barra.

Una cualidad ajena para Gabriel, que no tardó en desprenderse del atrevimiento de Roberto.

—La cerveza es una de las opciones más refrescante para aliviar jornadas largas y problemas importantes —señaló el barman, deslizando una botella de cerveza negra y llenando el vaso recién lavado con el ámbar del whisky.

Las palabras del barman no fueron una lección petulante, sino una condolencia. Estaba habituado a las disparates de Roberto, y a lo que fuera que pasaba con las personas que citaba en el establecimiento semi vacío, un par de clientes ahogando sus penas en los extremos de la barra, riendo en una mesa al lado de la entrada, y un par al medio susurrando entorno a una botella a medio tomar.

La consideración del barman lo hizo temblar, reafirmando sus sospechas. No había esperanzas de algo bueno.

Se asió a la botella de cerveza, caminando detrás de Roberto cuando este lo guio a una mesa desocupada, rodeada de asientos vacíos.

La cerveza y el whisky tomaron lugar, frente a frente.

El whisky fue bebido, la cerveza no.

—¿Tanto miedo te doy? —preguntó Roberto con una sonrisa, el mentón apoyado en las manos enlazadas.

—Habla.

Sí. Le tenía miedo a ese hombre, como nunca pensó tenerlo de la prensa y el poder que le reconocía, y que por fin vivía en carne propia. Sin embargo, no le regalaría una admisión fácil. En esa ocasión no saldría nada de su boca que le sirviera para meterlos en problemas.

—¿Por qué me citaste aquí?

—Por un buen trago con un amigo.

—Si es lo único —apartó la cerveza, empujó la silla e hizo el amago de levantarse.

Con el whisky en los labios, Roberto se quedó a mitad de trago, sorprendido por la iniciativa y, por último, se echó a reír.

El estruendo de la risa clavó a Gabriel contra el suelo, la curiosidad de los demás encima, evitando que se marchara. Irse sería más llamativo que quedarse.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora