8. 20 Rosas

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De la casa al trabajo y del trabajo devuelta a la casa. Ese fue su programa a lo largo de la siguiente semana, luego de despertar en la suite, solo, agotado y con un único mensaje en el celular.

Un mensaje que estuvo lejos de ser el esperado:

[¡Hola! ¿Le agradecerías al Ander de nuestra parte, por la maravillosa velada que nos regaló?]

Un mensaje de Elizabeth.

Hacía años que no se escribían y ahí estaba de nuevo ella, sólo que esta vez no le imploraba disculpas por terminar su relación, culpándose por concluir un noviazgo en que amaba y no era amada, un alivió, aunque... Si bien contestó de buena forma, haciéndole saber que lo haría en cuanto volviera a verlo, por dentro la sangre le hirvió.

Elizabeth no era la culpable de la situación, y aún así se convirtió en la diana de su coraje, a falta de noticias de Ander y por mucho que trató de hacerse entrar en razón.

Hasta pasados dos días de que la tierra se tragara al responsable de sus desvelos, Gabriel consiguió amarrar su coraje y permitir que se transformara en tristeza. No. Más que permitir, no le quedó de otra.

«No somos nada», se repitió sacando cuentas de la cena y la habitación, planificando la cantidad a devolverle. Su intención era no deber ni un centavo al hombre, cortando cualquier desviación a su relación laboral, haciendo el reembolso correspondiente... Y, esa idea, era una mera excusa para justificar escribirle, sin ver su dignidad pisoteada por sus deseos.

«Puede estar ocupado», agregaba a veces, queriendo encontrar un asidero al cual agarrarse, en vez de asumir la realidad.

Ander y él no eran nada.

Intentaron tener un acuerdo, un "contrato", o como quisieran llamarlo, para quitarse las ganas y ya. Cómo los adultos que eran, ni Ander le estaba pagando para exigirle estar de buen humor, ni él le estaba pagando a Ander (cómo si pudiera) para que cumpliera con contactarlo.

Aún así, no dejaba de darle vueltas a la pregunta: ¿Por qué no lo había contactado?

La cabeza le dolía de tanto rumiar el tema y no tenía una respuesta ni la voluntad para aceptar las limitaciones de una relación que a duras penas llevaba días de formada, basada únicamente en una maldita noche.

¡Una noche!

¿Qué tan desesperado estaba para caer por una noche? Mucho, al parecer.

Lo peor, es que mientras más horas y días transcurrieron, concentrarse se complicaba. Ander era una enredadera apretándose entorno a su cordura para destruirla.

La frente impactó contra el teclado de la computadora, en su escritorio, sumiendo un par de letras, dando en esa incongruente "palabra" una forma acertada de nombrar el desbarajuste en su cabeza y en su corazón: nkymdghjg.

Ese séptimo día, con la frente roja, decidió que no podía continuar sufriendo por un hombre con quien debía llevar una relación cordial de trabajo y que, por el bien de ambos, era mejor dejar por la paz lo sucedido. Ni Ander lo buscaba ni él lo haría, y cuando se vieran, mantendría el límite razonable de lo profesional. Nada más y nada menos.

Con la convicción renovada, borró la cuenta en la calculadora e hizo una respiración profunda moviendo el cuello.

El mejor modo de aliviar un mal de amores, a decir de la sabiduría popular, es buscando un nuevo amor o regresando a uno. En su caso, no le quedaba lejos su más grande romance.

Tomó una gruesa carpeta de archivos bajo el brazo, con la clara intención de ir a la trinchera y, antes de dar un paso fuera de la oficina, Luz lo atajó, llevando un considerable y precioso arreglo de rosas de color rojo.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora