11. Llamada

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[El Jardín Botánico funcionó.]

[Te lo dije. No parece del tipo con el que un par de flores bastan para arreglar malos entendidos.]

[Lo importante es que aceptó continuar.]

[Espera... ¿Lo importante? ¡¿No le dijiste?!]

[Como dije: lo importante es que aceptó continuar.]

[Eres cruel.]

No contestó, dando por finalizado el intercambio de mensajes, por el momento. Porque sí, respondería después, cuando llegara a su casa y tuviera la privacidad de la madrugada a su lado, en esas largas horas de desvelo que le esperaban al ser incapaz de conciliar el sueño con la naturalidad con que lo hace la mayoría.

Aunque contaba con un método para dormir sin problemas, no quería recurrir a las pastillas en la cómoda. No al tener tanto en que pensar, la cabeza dispuesta a dar espacio para hacerlo, con un triunfo en la bolsa y la posibilidad de obtener más.

Una larga noche lo esperaba.

Por el retrovisor notó que el Renault de Gabriel ya no se divisaba en la lejanía y fue su turno de marcharse.

* * *

Esta vez su consentimiento fue dado con la cabeza fría, sin la excusa del alcohol y entendiendo que, de cierto modo, su secreto y su placer estarían a salvo.

No era una sensación agradable reconocer que lo usarían o que usaría a otra persona para eso, pero fue reconfortante saber que habría una complicidad, pese a que nunca avanzaría a más. No por él, principalmente, porque tarde o temprano debería cumplir su obligación como hijo.

Al menos, por un tiempo, por el que se pudiera, saborearía la ilusión de, si no el amor, la lujuria carente de limitantes y miedos.

Colgando el saco en el perchero del recibidor, en su sencillo departamento de tres habitaciones ubicado en una zona de clase media, fue a la sala y se desplomó en el sillón individual, tras dejar caer en el de dos plazas una caja alargada en una bolsa de papel de elegante maquetación.

Quiso olvidarse de la moral, el corazón y la familia, y quedarse con el deseo y Ander.

¿Injusto de su parte? Seguramente, pero era su anhelo, el de un náufrago a la deriva, ahogándose, que emerge a la superficie a probar aire fresco, y ruega a olas que lo olviden y no lo remolquen de vuelta a las entrañas del océano.

Pensando en que esa noche podría prescindir de cenar y de ducharse, de revisar el folder que una vez más sólo fue de visita a su hogar, y de que podría cómodamente dormirse en el sillón, disminuyendo la cantidad de factores que arriesgaran las frágiles memorias, que infantil y egoístamente se permitió llamar "cita"; echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos.

Si se dormía, estaría bien.

Si sólo recordaba lo sucedido, también.

Todo en esa noche estaba...

Su celular sonó.

Durante el primer tono se negó a responder, dejando cualquiera que fuera el motivo de la persona para llamarle a casi medianoche, para después. Luego, al segundo, recordó que era el tono de llamada destinado a su madre.

Habría tomado la llamada con serenidad cualquier otro día, para saludarla y preguntarle cómo estaba, y seguir con esa charla que solían tener entre semana, poniéndose al tanto.

Su madre preguntaría por Figgo. Él preguntaría por la salud de ella y por la de su padre. Reirían con alguna anécdota, se contarían uno que otro chisme, y sería regañado por la hora hasta la que ella lo mantuviera despierto.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora