14. Viaje

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Viernes por la tarde.

Gabriel abordó el jet privado sin imaginar que, la primera de muchas tormentas, estaba por llegar.

* * *

Cuando Ander le envió un mensaje en la madrugada, diciéndole que no olvidara su pasaporte, se negó a creer que estuviera tan loco como para hacer un viaje (juntos) al extranjero, inclinándose a pensar que, a lo máximo, irían a una zona retirada en el país.

Esa idea la mantuvo al recibida la llamada de Ander, concluida la reunión en que Figgo presentó la etapa de apertura para la publicidad de la línea de ropa deportiva de Antares, y luego de experimentar un hueco de decepción en el estómago, al verlo marcharse sin decirle nada.

-Corre. Te espero en el estacionamiento -fue la indicación.

Sus pies se adelantaron a su lógica y, con la vana excusa de: "regreso en diez minutos", dejó la agencia, dando un receso a la vocecita cargada de culpa y exigencia, que le señalaba escandalizada el atrevimiento de irse sin más, a pesar de contar con la tranquilidad de saber que hicieron un buen trabajo y el equipo se merecía un descanso.

Obstinado en desechar la posibilidad evidente, se subió al automóvil deportivo.

En el último semáforo a la salida de Marvilla, un beso silenció su insistencia por conocer su destino.

Poco antes de las tres de la tarde, pasaron de una sala de espera privada de la que desconocía su existencia en el aeropuerto, a tomar su vuelo, dándose cuenta de que su concepción de la empresa que era Antares, y la posible fortuna de Ander, estaba lejos de la realidad. ¿Cómo era que un tipo así, iba por la vida sin un sequito de guardaespaldas?

El piloto, y el resto de la tripulación, pasó a saludar a Ander con la confianza de viejos conocidos, y no se sorprendieron por la presencia de Gabriel. Esa actitud serena lo hizo recelar, y cuestionarse cuántos hombres (y/o mujeres), antes que él, ocuparon su asiento.

Se dijo que exageraba, se recordó que no estaba en posición de ponerse celoso y, siguiendo las ordenes de sentarse y abrocharse el cinturón.

En medio de la turbulencia inicial, Ander tomó su mano.

Gabriel no era un novato volando, estaba acostumbrando, pero, aun así, no retiró la intención de Ander y ahí, en el aire, en los dominios de nadie, se permitió disfrutar del agarre ofrecido, enterándose a mitad de vuelo que su objetivo, luego de las peticiones que seguramente Ander tuvo que hacer para mantenerlo en secreto, era París, la capital del amor.

Con Ander en una videollamada, hablando en un envidiable francés, su vista fue al exterior de la ventanilla. Quiso fingir que le preocupaba ser arrastrado a Francia, así como cualquier otra idea o posibilidad existente en el rozar de las nubes, más no tuvo manera de negar que empezaba a no importarle, dándole prioridad a deleitarse con las experiencias que Ander le brindaba.

Según el horario francés, fueron alrededor de las nueve de la mañana cuando aterrizaron.

Según su horario interno, que se quedó en el aeropuerto a las afueras de Marvilla, le faltaban de cinco a seis horas de sueños, y de tres a dos de día normal para alcanzar las nueve.

Mientras Gabriel batalló por levantarse del asiento y acoplarse a la luz de la repentina mañana, Ander lució fresco y despejado al tenderle la mano, avanzando por el pasillo.

Sus dedos se entrelazaron, descendiendo.

-La junta de trabajo y las grabaciones a las que debo acudir se darán por la tarde -anunció Ander dentro del auto, saludando al chofer, que parecía conocer de antemano la dirección a la cual se dirigían-. Así que tengo unas horas para que tú, yo y tu jet lag demos un paseo por la ciudad.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora