47. Guardaespaldas

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No tenía sentido la cantidad de mala suerte de las últimas semanas. Parecía que la vida creía que era buena idea cobrarle de una la totalidad de sus deudas, con intereses incluidos.

El escándalo de los problemas legales a los que se enfrentaba Antares, siendo acusado por una pequeña empresa de publicidad y marketing de usarla para lavado de dinero, a través de la creación de empresas fantasmas que invertían en ella, fue una bomba que estalló el día anterior y, en cuestión de minutos, inundó las redes sociales. Para la tarde de ese día, las acciones de Antares estaban de cabeza.

Lo único bueno fue que la información del juicio, para solicitar una orden de alejamiento, no salió a la luz, dejándole en claro quienes estaban detrás de la fuga de información. A los Echeverria no les convenía involucrar directamente a Gabriel. Un alivio en el desastre.

La oficina de secretariado no se daba abasto con las llamadas inundando las líneas, al grado que Matthieu tuvo que dar la orden de dejar de responder a números que no estuvieran registrados como prioritarios, colocando un mensaje genérico de caída de líneas y promesa de pronta reparación. Ander se encerró unos minutos en su oficina, una mano en la frente y un dolor de cabeza apretando su sien.

En vez de que sus neuronas se encauzaran hacia cómo silenciar a los medios y tranquilizar al equipo de Antares, su cabeza sólo pensaba en Gabriel, extendiendo por debajo de la piel una insana necesidad, tambaleándose cruel entre la lujuria y la ternura. Dos extremos danzando, separados y mezclándose.

Lo terrible era que hacía demasiado que ni siquiera escuchaba su voz. La prolongada separación empeorando los síntomas de la abstinencia que lo estaba volviendo loco, y no había forma de calmarla, o de si quiera prometerse que el estado de ausencia cambiaria.

Inspiró profundo, viendo en el reflejo de los ventanales su semblante cansado.

Se observó por unos largos instantes y rio.

Llevaba años sin tener esa apariencia acabada y patética. Era como ver al Ander de sus inicios, el que tomó las cenizas de los múltiples negocios que su padre quemó en apuestas, para sacar adelante, no sólo a su hermana, sino a Marvilla. La ciudad que dependía principalmente de los Zaldívar y Echeverria, y que el hombre se llevó entre las patas.

En esos días las ojeras formaban parte del conjunto que vestía. Viejas amigas recordándole las noches que pasó en vela, encerrado en su habitación, escuchando a su madre gritar en su propia jaula en su cuarto, rogando que el infierno de sus hijos parara.

—No pienses en eso —no era ni el momento ni el lugar idóneo para invocar antiguos demonios.

Centrarse. Eso tenía que conseguir.

Presionó el ceño, se dio la media vuelta y decidió que el encierro no era la mejor opción. Sumergirse en el caos envolviendo Antares lo obligaría a enfocarse.

Echó el primer paso. La puerta de la oficina se abrió, deteniendo el segundo.

Matthieu entró.

La prisa anulando los protocolos y los modales, era el pan de cada día en la situación presente, e iba a preguntar qué nueva desdicha acaecía sobre ellos para que lo buscara con esa urgencia, cuando notó su semblante.

El estómago se le encogió.

No necesitaba preguntar ni una respuesta directa. El terror y la disculpa en su mirada le bastaron. Las reconocía bien. Era la misma mirada que dominó su rostro la ocasión que le informó que Aura estaba en el hospital. Ninguno sabía que era a causa de una sobredosis, dado que fueron informados por un "amigo" de ella, que huyó en cuanto supo que iban en camino.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora