33. Tumba

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Esa noche fue confusa.

La semana entera lo fue, y de no haber sido por las citas forzadas con Roberto y Andrea, que le ayudaron a despejarse, habría perdido la cabeza y se habría ahogado, sí, en un exceso de trabajo, y sí, también, en el origen del agujero en su pecho.

A pesar de haber cesado el contacto directo con Ander, corriendo de un extremo a otro de la agencia revisando cada área y controlando el colosal desastre de Antares, el hombre parecía aferrado a evitar que lo olvidara, colocando sobre su cabeza exigencias irracionales respecto al trabajo y una serie de cambios repentinos que lo tenían sin aliento. Casi como si esperara encerrarlo en las paredes de Figgo. Una idea que, en sus divagaciones, con más café en las venas que sangre, y las ojeras alcanzando una nueva profundidad arando los surcos de su rostro, apareció y se obligó a desechar, por descabellada.

Si Ander ni siquiera tenía la intensión de enviarle un mensaje meramente profesional, de los que su padre presumía cuando era el que estaba a cargo de la agencia, menos tendría interés en mantenerlo encarcelado en la agencia: ¿Por qué? ¿Para qué?

«Al menos que sea un castigo», se respondió, recordando el reproche de la cena con sus padres y Andrea; y también descartó la ocurrencia.

El término de su "contrato" no fue bajo las mejores condiciones, pero, de eso a dar por sentado que una simple distracción molestara a Ander, al punto de ocupar el valioso tiempo del CEO, desquitándose de una persona común como él, teniendo, a decir de los medios, a una mujer a su lado, había una gran diferencia llamada interés y vanidad.

Ander nunca tuvo un interés en él, no uno significativo. Gabriel no podía pecar de vanidoso e ilusionarse.

Los cambios y agregados, las cancelaciones de detalles concretos que previamente fueron aceptados, iban en aumento y, lo peor del caso, es que encima de acumularse, el periodo entre cada solicitud se reducía drásticamente por el apretado calendario y las indicaciones de su cliente. De dos semanas a una. Rehacer un proyecto entero, que llevó meses de planificación, de los estudios de mercado, encuestas, filtros, hasta la consumación del concepto; sin un motivo concreto o una oportunidad de negociación.

Para su suerte, en la trinchera, su equipo se esforzaba por apoyarlo, igual de desconcertados que él por el imprevisto cambio de parecer de Antares. Incluso Luz, que más de una vez se quedó tiempo extra apoyándolos, no comprendía las solicitudes que llegaban al correo de la agencia y se veía molesta. Lo suficiente molesta para no usar la bolsa que Ander le regaló, y que estuvo un mes luciendo, colgada de su brazo.

Si el disgusto era únicamente por el excedente de trabajo y la ausencia de explicaciones, o no, Gabriel relegó la duda muy lejos en la lista de pendientes, aplastado por las carpetas llenas de tachones, de hojas dobladas y el bote de basura atascado por el proyecto que Antares aceptó y desechó.

Planificaciones de comerciales, colaboraciones, mercancía promocional, grabaciones de radio, guiones de podcast, y más, en distintas etapas de producción, en vano. De las nociones más tempranas en bocetos, a sesiones completas de fotos listas para ser subidas a redes e impresas, e incluso comerciales en emisión.

Cientos de horas de trabajo, y una cifra descomunal de dólares invertidos, desperdiciados, inservibles.

Sin ser su culpa, a Gabriel le costaba ver a la cara a sus empleados que, a pesar de afrontar la desquiciante situación con la mejor actitud, no podían ocultar el ambiente decaído y triste, al darse cuenta de que sus esfuerzos eran menospreciados. Porque así lo sentían ellos. Así se sentía en general.

El único consuelo que les quedaba, era que Antares tenía una fecha encima para cumplir con la campaña y un contrato con ellos.

No era un agradable consuelo el saber que el trabajo tendría que salir sí o sí, con o sin el visto bueno de Antares, más era una fecha de esperanza y respiro.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora