40. Ironía

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A pesar de las múltiples recomendaciones del equipo de seguridad de Antares, de la solicitud recalcitrante de la junta directiva, y de la insistencia exasperante de Matthieu, Ander ser negó por años a tener una escolta. Una herramienta lógica para la mayoría, con el propósito de salvaguardar la integridad de que uno de los hombres más ricos y cotizados del mundo. Él, por su parte, detestaba la idea de tener a un sequito pisándole los talones.

Prefería el riesgo de la libertad, que la seguridad de la restricción, y en días como aquel, es cuando lo valoraba más que nunca, corriendo a más de cien kilómetros por hora entre las calles desoladas de una Marvilla en fin de semana, inmerso en la profundidad de una noche lluviosa que sólo los meteorólogos sospechaban con el agradable clima imperando hasta la tarde.

Maldiciendo para sus adentros la lentitud del motor de su Jaguar, los semáforos en rojo que se saltó tomando el acotamiento, pasando de largo uno o dos autos delante de él, y el simple hecho de que carecía de la habilidad para teletransportarse, presionó el acelerador y el volente preguntándose por qué razón Luz no le avisó.

Si no hubiera abierto por error una de las tantas redes sociales que tenía en su celular, más por material de trabajo que por gusto, no se hubiera encontrado con la foto que capturó su atención, y la noticia que tuvo que leer unida a esta: "Fuerte choque en la carretera 35. Un herido de gravedad. El conductor, un masculino de aproximadamente treinta años, fue trasladado de emergencia al hospital general de Marvilla."

Los contados caracteres no decían mucho y fueron, en su corta extensión, cuánto necesitó para repasar detenidamente la foto del sobrio Renault y sus placas. Un automóvil que conocía a la perfección y que habría cambiado hacía meses, si su sensatez no hubiera apelado a la calma, pidiéndole que se abstuviera de asustar a Gabriel con un regalo como ese.

El Renault, y la descripción, le pertenecía a Gabriel.

Con la garganta cerrada, tuvo que comprobar con una llamada rápida al hospital.

La confirmación cayó sobre sus hombros como una pesada manta que lo clavó suelo, limitando a su alma correr, atada a la mortalidad que le impedía moverse con la libertad inherente a lo incorpóreo, al carácter físico que la ausencia de aire en su pecho le concedió.

Por más que le imploró repetidas veces a la vida, y se pidió a sí mismo, como si una lo escuchara y tuviera la consideración de cambiar las cosas, o él contara con voto alguno para elegir qué sí y qué no podía pasar; el nombre de Gabriel en los registros era innegable, de igual forma que lo fue su lento avance por las calles.

Mordió su labio inferior por la parte interna, aferrando su mente al camino, manteniendo la pericia que le permitiera llegar de una pieza al hospital.

No debía ceder a la necesidad de su cabeza de repasar las exigencias que hizo, o lo idiota que fue, y menos a preguntarse si, de alguna forma, esas dos cuestiones propiciaron...

«No pienses de más. Ve al frente», sólo al frente, al frente, con rumbo a Gabriel.

* * *

—Di por sentado que eras un imbécil cuando te presentaste en mi departamento...

Por la hora que era y el hospital privado al que fue trasladado Gabriel, por petición de Andrea, los alrededores se encontraban sumidos en el silencio, sin ni un alma deambulando por los jardines o los andadores. El escenario ideal para que Roberto le bloqueara el paso, a unos metros de la entrada principal, tirando la colilla del cigarro al suelo, apagándola de un pisotón. En la presión de sus dientes el gesto de repulsa que se originó al verlo, recayó en las ascuas bajo su suela.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora