25. 36 Rosas

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Ander se marchó el fin de semana.

La noche anterior, con una discreta maleta en mano, Gabriel subió al elevador, ingresó la clave de acceso personalizada que le proporcionó y llegó al penthouse, donde fue recibido por un aroma a rosas.

Si el detalle de que la clave de acceso fuera el día y el mes de su cumpleaños, lo subió al cielo, la bienvenida de rosas fue la razón por la cual, pensar en las mil y una terribles posibilidades asechándolos fuera de las paredes, en lo más alto de Marvilla; se tornó imposible de hacer.

Había rosas en un florero en la entrada. Media docena.

Pasando el pasillo, al girar a la sala, una segunda media docena lucía en la mesa ratonera.

Avanzando por el desnivel al área de la cocina-comedor, una docena estaba repartida en mitades en ambos extremos del desayunador.

Por último, media docena adornaba el centro de la mesa.

—El resto están en el dormitorio —anunció Ander saliendo de la cocina con las mangas arremangadas y una fresa en mano, notando el ir y venir de sus ojos, de un conjunto de rosas al resto, la otra mano oculta tras la espalda.

Las cualidades de Ander no dejaban de sorprenderlo y, más aún, la capacidad que tenía de sacar tiempo en una agenda que imaginaba atascada de pendientes, para meter las locuras que se le ocurrieran y a él.

—¿El resto? ¿Cuántas fueron esta vez? —más de veinte, claro.

La satisfacción en la cara de Ander al masticar la fresa, consciente de que recordaba el ramo que le envió a Figgo, fue adorable.

—Adivina.

El CEO fue a su caza, de la cocina a la sala, yendo a paso lento y candente. A una distancia de medio metro alargó el brazo izquierdo, lo tomó de la cintura y lo instó a cerrar los centímetros que quedaban. Petición que, gustoso, Gabriel concedió junto a un beso dulce y cítrico.

—¿Veinticinco?

Ander negó.

—¿Cien?

Cerrando un ojo, una pequeña mueca juguetona coronándolo, negó de nuevo:

—Aun no llegamos a eso.

—¿Treinta?

—Ya casi.

—¿Treinta y cinco?

Asintió.

—Hay treinta y cinco regadas por el penthouse —la acentuación en la verdad, le hizo saber que el hombre frente a él no era del todo sincero en su honestidad.

—¿Y?

Fingiendo sentirse ofendido por la pregunta, Ander abrió la boca y entrecerró los ojos cuestionando la crueldad de la desconfianza.

—¿Y cómo es posible que luego de todo este tiempo, Gabriel De la Cruz Domínguez pueda leerme con exactitud, y saber que oculto la treinta y seis —sacó su mano derecha, revelando una rosa extra, hermosa y fresca—... Justo aquí?

A pesar de tener rosas en distintos puntos del sitio, esa tuvo un significado particular. Un secreto de Ander. Un mar de mariposas para Gabriel, quien no la tomó, sino que rodeó el índice y el pulgar que la sostenían, los dedos que le entregaron la clave de acceso, con la mano.

—Soy un experto en marketing y publicidad —señaló, subiendo la fragante flor a sus labios, besando los pétalos—. Conozco este tipo de trucos románticos, que buscan moverle el corazón a las personas.

—¿Truco romántico? —Ander se inclinó, besando otro pétalo, ubicado en el extremo contrario— ¿Y sí te movió el corazón?

Era obvio que sí, y que no lo aceptaría, bailando al filo del risco, de la seguridad de decir que cuanto hacían quedaba justificado por la excusa del contrato, sin admitir que esas semanas de música azucarada lanzaban sus latidos en una danza con un pie al aire, seduciéndolo hacia la caída libre. Danzaban, y quería creer que era plural y no singular.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora