28. Traidor

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—Di por sentado que no estábamos en buenos términos —Andrea caminó por la orilla del lago, el largo saco negro camuflándola en la oscuridad del Jardín Botánico—. Imaginarás la desagradable sorpresa que tuve cuando mi asistente me informó de tu invitación.

—Y tú imaginarás el asco que experimenté al pedirle a Matthieu que la enviara.

Con las manos en los bolsillos, soportando su mirada desde lo alto en la diferencia de estaturas, Andrea permaneció inmóvil y estoica ante la presión gris de Ander.

—Aun no entiendo cómo es que una persona tan talentosa como Matthieu, prefiere quedarse con una basura como tú. Por suerte —la mujer miró el lago, encontrado en el reflejo estático del agua, el fantasma de un pasado que alimentó su fortaleza—, parece que no todos caen en tus encantos.

—¿Gabriel? —subió la comisura de su labio, en una mueca burlona.

—¿Realmente creías que el hombre no cedería?

—¿A qué te refieres? —la mueca decayó, con la inesperada respuesta.

—A que fue una agradable cena con sus padres —esa mujer no disimuló la satisfacción que le produjo darse cuenta de que alcanzó a desestabilizarlo—. El resto, te toca preguntarle.

Reconociendo que estaba al borde de su límite, Ander apretó los puños y la quijada, conteniendo la ganas de obtener más información, a sabiendas de que esa mujer no era una fuente confiable, y que todo cuanto deseaba era azuzarlo. La cuestión era justo esa. Ella quería azuzarlo, no de forma pasajera, sino alterarlo en verdad, y no haría una jugada infantil como soltar una provocación vacía.

—¿Qué quieres a cambio de dejar en paz a Gabriel y alejarte? —la duda no iba a la caza de una respuesta a la cuestión especifica, como fue con Roberto. Esa duda se encaminaba a ellos, al secreto compartido, de familia, que estaba enredando en sus viejas raíces a un tercero inocente.

—Tu muerte.

La respuesta no le sorprendió.

—No —corrigió la mujer, entornando la mirada felina y agresiva—, eso sería muy simple y fácil, Ander —giró el rostro hacia él—. Tú sabes bien qué es lo que quiero, sin meter a Gabriel en esto y sin que tenga que decirlo. Por eso me trajiste aquí, a uno de tus lugares preferidos en el que sostienes tu maldito engaño —alargó la pausa—, asesino.

—¿Sigues con eso?

La elocuencia en sus gestos dio una afirmativa que complementó, retrayendo con un temblor la piel alrededor de sus labios color vino:

—Nos guste a ambos o no, por esas tiesas venas tuyas, corre sangre Echeverría, así que supondré que asumes que somos gente de palabra. Y hace doce años, en este lugar, que tú y tu maldito padre la robaron a la tía, se lo prometí a ella, en el lugar donde le negaron descansar —la atalaya recibió el peso de su promesa—. Le prometí que te haría pagar el sufrimiento que le hicieron vivir. El infierno al que la condenaron los dos.

Ander recibió su odio de frente, sin siquiera hacer el intento por contradecirla, el semblante frio.

—No pensé que involucrarías a un desconocido en tu vendetta personal, Andrea. Es muy bajo.

—No vengas a juzgarme y decir qué es bajo, cuando ni siquiera le has dicho la verdad sobre Figgo a Gabriel.

La respiración se hizo piedra en los pulmones de Ander:

—¿Hasta dónde has metido las manos en mis asuntos? —preguntó, la voz grave, una advertencia.

—Más profundo de lo que crees. Lo suficientemente profundo para que la tía Alana tuviera razón sobre tu nombre y el mío.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora