21. Contacto

10 2 0
                                    

La cena fue lo de menos.

Burlar a la prensa consiguiendo que las fotografías que les tomaron a la entrada de un restaurante normal, concurrido para la hora, en una mesa a plena vista, junto con los titulares amarillistas que podrían acompañarlos, quedaran en entredicho, por el comunicado y las pruebas en las que sustentaba hablando de una cooperación de años; fue el plato principal, la pizca afrodisíaca que no perdieron la oportunidad de disfrutar al escaparse saludando descaradamente a las cámaras.

Nadie más que ellos sabían que, en la "verdad" dicha por Antares, existía un espacio para la libre a interpretación, del que se estaban aprovechando.

La relación de Figgo y Antares era real. La de ellos, no tanto. No en el sentido planteado.

Entre las sábanas de Gabriel, el secreto que compartían en la cara del mundo, tomó forma a través del enlace de sus brazos, el roce de sus cuerpos y el abrazo de sus lenguas.

Con el aire acondicionado abriendo un espacio en la cálida noche de primavera, para que un calor distinto reinara en la habitación, encima de la cama, el gris en la mirada de Ander y el color avellana de Gabriel se encontraron al tomar aire, desaparecieron juntos con un gemido y un jadeo.

Dentro de Gabriel, Ander palpitaba ansioso por moverse, repartiendo el deseo en una lluvia de besos por el terso entramado de su piel, adulando sus lunares, cartografiando su anatomía. Del norte de su manzana de Adán y la rugosidad de sus labios, al sur de su torso. Del oeste en su mejilla, al este de las yemas de sus dedos. De la punta de su nariz a la curvatura de su mentón, y a los sonidos que escapaban de su boca.

Sujetos de las manos, en la oscuridad de la habitación en el departamento del presidente de Figgo, en el mullido lecho que había atestiguado el deseo solitario de su dueño, sus caderas se encontraban en el ir y venir, las piernas de Gabriel dando la bienvenida a las estocadas certeras de Ander.

En el placer, Gabriel encontró un "hueco legal" en el cual se dio el derecho a olvidar las pautas de su contrato y sus límites, para fingir que, bajo el cuerpo de Ander, en sus besos y su entrega, se entretejía más que lujuria, osando robar para su corazón un rincón en el cual arrebujarse en la falsa sensación de... Un sentimiento cuyo nombre borró de sus pensamientos adrede.

A pesar de lo que pudiera parecer, su necesidad de hacerlo no respondía a un mero capricho. Era, a esas alturas de su vida, una necesidad.

Por la eternidad efímera que duró su encuentro en la cama, antes de presenciar el final abrupto e indeseado, se abandonó a la ilusión de ser sostenido con fuerza, y de que las consecuencias a ese acto simple y puro, eran nulas. Se permitió creer que el tenerse, el gritar el nombre de Ander al acelerar el golpeteo de sus caderas, al dejar marcas por su cuerpo y susurrarle frases que no hacían más que alimentar la fantasía; sería su única secuela.

Tenía que admitir que una parte de él se entregaba por otro tipo de necesidad, una venita latiendo justo en el centro de su pecho, y de los latidos intensos que, con la cabeza sometida por el cuerpo, salía a flote.

Una necesidad y un sentimiento que iba en contra de la realidad.

Camino al orgasmo, ¿importaba recordarse los límites de los que sólo era consciente su mente?

Sus sentidos colapsando en la cima del éxtasis fueron la respuesta evidente: no.
—¿No irás a dormir a tu casa? —preguntó recuperando el aliento, alargando una mano y encendiendo la luz sobre la cabecera.

—¿Me estás echando luego de usarme?

—No seas dramático —rio, por el mohín que le dedicó Ander—. Sabes que lo dije porque se te hará tarde.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora