Por un breve instante al abrir los ojos, fijos en el techo, regresó en el tiempo a las madrugadas en que despertaba y a su lado estaba Ander. A veces, dormido; a veces, resolviendo un pendiente en el celular.
En el primer escenario, Gabriel se reacomodaba, acercándose caprichosamente, siendo sorprendido por los brazos del CEO al extenderse en un claro de consciencia hacia él, rodeándolo y atrayéndolo al cuerpo desnudo del hombre más deseado de Marvilla, ambos regresando a un sueño profundo y encantador.
En el segundo escenario, Ander se disculpaba por interrumpir su descanso, sin ser su responsabilidad o culpa. Si el asunto no era urgente, apagaba el celular y lo abrazaba. Si era importante, lo acomodaba en sus muslos hasta que conciliara el sueño, y si no veía que lo lograba, le pedía consejo para entretenerse hablando.
Se giró a la derecha.
En el lugar en que deseó encontrar a Ander, no halló más que ausencia. Y, en el sillón, a Roberto leyendo el contenido de un archivo viejo, la débil luz de la luna colándose por la ventana.
El frágil aroma de un recuerdo que trajo de vuelta su consciencia, fue sepultado por un latido de decepción, y otro de ternura, chocando encerrados en el mismo pecho.
Atraído por el movimiento, Roberto levantó la vista y lo recibió con una sonrisa cansada en un rostro sin afeitar, que seguía luciendo atractivo con todo y el descuido de los desvelos.
—Te vas a dañar la vista leyendo a oscuras —lo regañó Gabriel, haciendo un esfuerzo por sentarse en la cama.
Roberto se levantó a prisa, dejando el folder en el sillón y apurándose a ayudarlo, acomodando las almohadas en su espalda.
—Exageras —se quejó Gabriel, extendiendo la cobija sobre sus piernas—, podía hacerlo por mi cuenta.
—Sí, pero no lo habrías hecho tan bien como lo hice yo —Roberto se sentó al borde de la cama—. Soy EL experto en acomodar almohadas para gente convaleciente.
—Eres el experto que se va a quedar ciego por forzar su vista —si no tenía modo de ganarle de una forma, intentaría con el tema previo.
—Si pasara, podría hacer que te quedes a mi lado y me cuides.
Fingiendo indignación y sorpresa por el escenario planteado, Gabriel jaló aire:
—Manipulador.
—No lo negaré.
Ese hombre era un descarado, y si bien al inicio fue causa de una mala impresión, para ese punto le sacó una risa y una negativa con la cabeza.
—¿Qué hora es?
—Casi las cinco de la mañana —revisó el celular en la mesa de noche.
—No has dormido.
La acusación directa giró el rostro de Roberto en sentido contrario al inicio del regaño de Gabriel que no se desarrolló. En su lugar, el presidente de Figgo suspiró e hizo silencio unos segundos.
—Harás que me preocupe si enfermas.
Aunque era una línea perfecta para continuar molestándolo, Roberto no lo complació.
Escucharlo decir que se preocuparía alimentó la esperanza y la seguridad experimentada desde el día anterior, con la que encaró a Ander unas horas atrás. Secreto que guardaría para sí.
—Tu segunda revisión es hoy, a las diez de la mañana. En cuanto Andrea venga por ti para llevarte al hospital, dormiré. ¿Te parece bien?
La despreocupada mención de la mujer incomodó a Gabriel, al recordarle que tenía un tema importante a tratar con Roberto. Sólo que, como en el resto del día, no supo cómo abordarlo. Ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo.
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Los Secretos del Hombre de Mis Sueños
Romance«Sé que eres gay, y que te gusté. ¿Por qué no me alcanzas en mi auto y continuamos en otro lado?» Tres horas atrás, Gabriel, a sus veintiocho años, siendo el presidente de una agencia de publicidad de mediano existo, no habría imaginado que el funda...