43. Decisión

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Despertó en la madrugada. Lo hizo sin ningún sobresalto, lento, dentro del tiempo estimado para que volviera en sí, luego de que los médicos creyeran conveniente sacarlo del coma inducido, permitiendo que volviera a su presente.

Abrir los ojos, encontrarse en el hospital conectado a varios aparatos, solo, no lo sorprendió. El pitido del monitor cardiaco elevándose por su estado de consciencia, lo suficiente como para no atraer la atención inmediata del personal, le dio la ventaja de unos minutos de atroz calma.

Con el cuerpo adolorido, retrajo un par de músculos, acomodándose en la camilla. Era el dolor de un cuerpo en recuperación y del peso de un periodo de inmovilidad.

«Al menos estoy completo», se obligó a agradecer, reconociendo de la punta de los pies, hacia arriba, sus miembros, confirmando lo que sabía de ante mano. Una confirmación y un desentumecimiento, con el que terminó de corroborar una realidad amarga.

Movió los dedos de su mano, levantando la derecha, dejándola frente a sus ojos adaptándose a la luz cálida y tenue iluminando la habitación privada.

No soñó.

A lo largo del coma inducido, fue consciente de su entorno.

No se trató de una fantasía.

Fue real.

Fue real escuchar el diagnóstico, los temores y la solución.

Fue real... Todo.

Un coma inducido para aliviar la presión intracraneal, derivada del traumatismo craneoencefálico sufrido al volcarse su automóvil, y que por fortuna o por desgracia, fue su mayor temor.

Por fortuna, porque los médicos entendían la gravedad de dicho problema, y las consecuencias en que pudo haberse traducido.

Por desgracia, porque de cierta forma, por estúpido que resultara pensarlo, Gabriel habría deseado quedar con peores secuelas que aquellas que estaba superando, para tener otros problemas que lo distrajeran de la realidad, por un largo, largo tiempo.

El suficiente para diluir en los eternos minutos su dolor y su amor, más la vida no le iba a dar ese consuelo.

Se quedó quieto en su sitio a mitad del colchón, el fresco de los días lluviosos impregnando la almohada y la sabana, pensando en las conversaciones que, desprendidas de los días, de los que aún desconocía la cantidad que trascurrieron; escuchó.

El pronóstico reservado de los médicos, evolucionando despacio rumbo a la esperanza.

Las enfermeras hablando con su madre por horas, de temas variados.

Andrea presentándose en la habitación, con las flores que cambió en cada visita, junto a su cama. Claveles y gerberas. Hortensias y peonias.

Su madre y Andrea hablando de su embarazo.

Sí, cuando escuchó eso, aún en la bruma de oscuridad que lo rodeaba y en la incertidumbre que sentía respecto a la confianza en los sonidos a su alrededor, temiendo que se trataran de meras (y elaboradas) ilusiones, un gélido torrente lo sepultó.

Las mujeres intercambiaron dulces palabras sobre el tema que no era nuevo para ellas, alrededor del cual habían formulado acuerdos sobre el reconocimiento del infante en camino, la seguridad de su futuro en cualquier escenario y, claro, en lo concerniente a la paternidad. Su madre hablaba en voz baja, con gran ternura, de la felicidad que les esperaba en cuanto despertara y pudieran comenzar a armar su familia. Menospreció las preocupaciones de Andrea entorno a lo repentino de su relación, y repitió una y otra vez que ese pequeño (o pequeña) sería amado profundamente por ellos. En esa aseveración, aún en el coma auditivamente lucido, Gabriel estuvo seguro de adivinar una nota similar a la amenaza. Como si se asegurara de que lo oyera y supiera que no le perdonaría darle la espalda a esa criatura en camino.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora