45. Idea

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Aliviado de recibir el alta, y de no continuar siendo una carga para la familia Echeverria, que prácticamente cubrió con los gastos de una hospitalización consecuencia de su propio descuido, Gabriel fue llevado de vuelta a su departamento. Aunque pensó que sus padres se opondrían, y lo obligarían a pasar la convalecencia en la casa familiar, no lo hicieron, y no fue sino hasta que lo instalaron en su habitación, que entendió la razón.

Su madre, la mujer que pasó noches enteras velando por él a lo largo de su vida y en los últimos días en el hospital, con cierta resistencia evidente en su semblante a pesar de sus palabras, se apartó de su lado al llegar Andrea, quien estuvo a cargo de la documentación del alta, y les dejó adelantarse.

A los ojos de la señora De la Cruz, y con el corazón negándose a aceptarlo, Andrea era quien debía ocupar el sitio junto a la cama de Gabriel.

Asegurándose de que el departamento tuviera lo necesario para que estuvieran bien, con la idea de que Andrea se mudaría para procurarlo, sus padres no tardaron en marcharse, diciendo que era mejor que Gabriel descansara. La finalidad fue evidente: darles la privacidad de la que carecieron a lo largo de la última semana, tras el despertar de Gabriel.

Luego de salir del coma, para ahorrar conflictos, Gabriel les hizo saber que escuchó un par de sus conversaciones. Esa revelación tensó a sus padres, que rápido se tranquilizaron con la puntualización de los temas que recordaba, omitiendo por completo los referentes a su orientación y a Ander. Sus padres terminaron de respirar cuando él se mostró conforme con las decisiones entorno a Andrea y su hijo en camino.

Fue tal el alivio que sintieron, más que por no necesitar explicar o debatir, por el hecho de que Gabriel accediera a formar la familia que tanto ansiaban; que incluso le restaron importancia a su error derivado del alcohol.

—Las cosas pasan por algo —la respuesta de su padre estaba muy lejana de su actitud usualmente conservadora respecto al orden entorno a la imagen de una familia, que le repitió incontables veces a lo largo de la vida:

"Sal adecuadamente con una chica."

"Cortéjala con calma y respeto."

"Se paciente y abstente de las relaciones en pecado fuera del matrimonio."

"Haz una propuesta decente frente a sus familiares."

"Y mantén la santidad del matrimonio."

—Si Dios decidió unirlos así, lo importante es que sean felices —cerró su madre.

A partir de ese día, entre las idas y venidas de los médicos, su padre yendo y viniendo de Figgo, su madre pasando largas horas en el cuarto de hospital, Andrea atrapada por su agenda de trabajo y Eduardo postergando su presentación; el tema del matrimonio danzó como un chiste local entre los presentes. O al menos así lo sintió Gabriel.

Cuando hablaban del tema, con él o entre ellos, él sonreía y se unía al tema hablando de las flores, de los colores, del pastel, sin alcanzar a sentir el tema como propio, danzando a un ritmo sincronizado con el resto, sin entender la pieza que se bailaba y sin vivirla. Era parte de la coreografía por mera inercia.

Y necesitaba aterrizar.

Al irse sus padres, Andrea entró en la habitación, siendo la primera vez que estaba ahí y se acomodó en el sillón a la derecha de la cama de la que le prohibieron levantarse más que para estirarse unos minutos, durante los siguientes cinco días hasta su próxima evaluación médica.

La incomodidad fue palpable.

—Me haré responsable —declaró tras reunir fuerzas, apretando los puños sobre el regazo.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora