En la interminable lucha contra la mayor amenaza mundial, el próximo héroe debe ser aún más poderoso que el anterior. De lo contrario, Ulos y toda la vida que lo habita... morirá.
Dos niños fueron entrenados desde temprana edad para ganarse el derec...
Salí de esa mansión con mi ropa vieja, no miré atrás. Afuera todo era un completo caos. Las tropas corrían de un lado para otro, los caballos relinchaban por los fuertes latigazos que recibían para ir más rápido. Una nube de polvo ocultaba los pies presurosos de cientos de personas. Un dragón mandó a volar una enorme carpa en la que estaba oculto, rugió y llamó por los sirvientes que se habían agachado por miedo a ser golpeados.
—¡El Miasma se acerca! ¡Alerta máxima!
—¡Todos deben equiparse con las armas de plata y adoptar posiciones de batalla inmediatamente!
—¡¡Muévanse ya!!
Las armas de plata resplandecían gracias al maná imbuido en ellas, sus portadores pasaban por el reloj gigante con paso apresurado. Pensé en tomar un caballo, pero seguro no habría alguno disponible. No me importaba irme a pie, quería volver a la ciudad cuanto antes.
—¡¡Matik!!
Ni siquiera los gritos a todo pulmón de Kaira me detuvieron, corrí con más fuerza. Pero ella cayó sobre mí, la aparté, flexioné los brazos y me levanté.
—¡Matik, ven conmigo! ¡Tu hermano va a...!
—¡No me importa!
Usé Paso Fulgurante y corrí con el doble de velocidad de lo normal. Me aproximé a la salida, salté para esquivar a los guardias, pero mis pies no volvieron a tocar el suelo. Empecé a elevarme cada vez más rápido, de varios metros sobre el suelo, a más de sesenta; más alto que la copa de los grandes árboles. El viento silbaba con fuerza. Muchos otros también se elevaron con hechizos de vuelo, unos subían más alto o estaban más abajo.
—¡Mira, por favor! —gritó Kaira—. ¡Hacia el este!
El dedo de Kaira apuntaba demasiado lejos, hacia el horizonte en donde el sol estaba a punto de ocultarse. Lo único que había en esa dirección eran montañas, tan lejanas que parecían pequeñas piedras en el camino.
Entonces, cuando la última porción de sol se ocultó, nació otro astro más en las montañas. Redondo y blanco, tan brillante que tiñó el cielo con un temprano amanecer que barrió las nubes. Lo que quedó fue una sola nube, con forma de champiñón; de sombrero cónico y negro como el carbón, repleta de estrías de fuego.
En la base, un cinturón de destrucción empujaba al polvo en el aire y aplanaba cantidades inmensas de tierras secas. Estaba a cientos y cientos de kilómetros de distancia, no podía describir realmente lo que sucedía en aquellos lugares. Solo pude ver que las montañas dejaron de existir y en su lugar aquel hongo siguió creciendo como un parásito viviente.
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—¡Es el héroe Avraliz! —dijo alguien, volando más abajo que nosotros—. ¡La Doncella Lazuli está herida!
Una fisura se desvaneció cerca del enorme reloj, Avraliz apareció arrodillado. Ruina estaba tirada en el suelo.