En la interminable lucha contra la mayor amenaza mundial, el próximo héroe debe ser aún más poderoso que el anterior. De lo contrario, Ulos y toda la vida que lo habita... morirá.
Dos niños fueron entrenados desde temprana edad para ganarse el derec...
Durante la época de los primeros cuatro héroes, el Batallón Caduceus usaba enteramente a guerreros para luchar contra el Miasma. Los guardianes eran inútiles contra un enemigo que sencillamente absorbía todo y a todos.
Los hechiceros fueron relegados a cumplir un rol exclusivamente de apoyo. Por cada guerrero había tres hechiceros que le respaldaban. Dos potenciaban su daño, uno lo sanaba y vigilaba su estado constantemente; corregía la postura, el agarre del arma y sus movimientos.
De ese modo se reducían, pero no se evitaban, los muertos por cansancio extremo.
En el tiempo del cuarto héroe, Mamoru, existió Layla D'Mountain, una prodigiosa hechicera nacida y criada en la noble familia D'Mountain. Eran hechiceros habilidosos dedicados a proteger a la familia real.
Su interés por el conocimiento y naturaleza observadora la llevaron a obsesionarse con uno de los misterios más grandes del mundo. "¿Qué hay detrás de la 'purificación' del maná de las armas de plata?".
Layla fracasó durante años en cada uno de sus experimentos con el misterioso metal. Cuando estuvo a punto de acercarse a una respuesta, el deber llamó a su puerta. El príncipe de Armatos había decidido luchar por su gente en el continente indómito y ella tenía ir para asistirlo.
No solo porque era su responsabilidad al ser una D'Mountain, también porque el príncipe era su prometido y el hombre que amaba.
En Norleas, Layla vivió uno de los ataques más devastadores del Miasma. Cientos murieron. Ella no era diferente del resto de tropas, su poder no le permitiría sobrevivir. Para salvar su vida, su prometido la obligó a equiparse con su armadura azul y le pidió huir.
Layla vio cómo el príncipe corrió hacia el enemigo para llamar su atención y darle tiempo de escapar. Pero su sacrificio pareció haber sido en vano, porque ella nunca se movió del lugar en donde él le dio su último beso.
Presenciar la muerte del príncipe de Armatos no petrificó su cuerpo como se pensaría. En su lugar, detonó en Layla un estado de lucidez total. En el que su cerebro, con un violento rayo, unió las pistas de los experimentos que dejó ocultos bajo una sábana en su ático.
En pleno campo de batalla, Layla creó un hechizo de rango A solo para cobrar venganza.
—¡¡Destierro Abisal!!
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Como si la luz hubiera emergido desde las profundidades del abismo, el misterioso hechizo abrió un camino entre el Miasma. Aquellos que espectaron la escena se arrodillaron y le dedicaron una oración al cielo. Creyeron que el Rayo Celestial había caído nuevamente para salvar sus vidas.
En respuesta, lo único que escucharon fue el reclamo que Layla le hizo al destino por arrebatarle al amor de su vida.
Su llanto cayó en el río que posteriormente sería conocido como Río de Lágrimas.