Capítulo 6 "Al despertar, al vivir"

38 4 2
                                    

Soñé con aquel día de 7 años atrás. Cuando Avraliz fue descubierto usando un hechizo de sanación. El mismo día que se supo que su clase era la de un guardián.

La tarde cuando me sincronicé con Latón y Jade, en la hoja de mi análisis decía:

Hijo de Latón: Nivel 62. Nivel máximo: 100.

¿Yo siendo nivel 62? ¿Mi máximo era de 100? Más abajo, se decía que era apto para convertirme en Guerrero Puro. Pero ¿qué pasó con Avraliz? En estos sueños de recuerdos alterados, el Cardenal lo envió con sus padres. Un guardián especializado en repeler hechizos y maldiciones no era necesario en la lucha contra el Miasma.

Hubo algo que también cambió. Cuando encontré a Ruina en la biblioteca, celebré con ella. Porque mis estadísticas eran demasiado altas, y pronto sería un Guerrero Puro. La abracé, no la solté e incluso la levanté en el aire. Llegó un momento en donde nos quedamos en silencio, mirándonos.

—De ahora en adelante voy a protegerte —dije—, como te lo prometí.

—N-nunca lo dudé, Matik... porque yo te quiero...

Uní mis labios con los suyos. Ella se aferró a mí, y cuando nos separamos para tomar aire, susurró mi nombre. Sin darnos cuenta, la puse contra la pared y la besé con mayor apetito. Mis manos se deslizaban por su espalda, sujetaban su cintura y a veces acariciaban sus piernas.

Hasta que llegó el Cardenal, me arrojó hacia la estantería. Él me amenazó con mandarme a la casa de mis padres. Dijo que no le importaba que fuera el único que podía ser el héroe. Pero... no lo hizo, él no podía prescindir del héroe sabiendo que Norleas estaba próximo a ser tomado. Por lo que solo me gritó:

—¡¡Acércate a mi hija, y no me importará enviarte con tus padres!!

—S-se lo prometo, Cardenal.

Aunque pretendía escabullirme a la habitación de Ruina, desde que fui seleccionado héroe estuve el día entero entrenando, ella también tenía clases mucho más pesadas. Se asignaron guardias para custodiar las puertas de Ruina durante el día y la noche. En todos esos años solo pude entregarle en secreto una pequeña nota.

Un día, tú y yo volveremos a estar juntos, esta vez para siempre.

Entonces mi sueño se difuminó en la oscuridad y desperté. Estaba en mi habitación de la catedral, rodeado de muros fríos y grises; sobre la cama, cálida y cómoda. Mi cabeza, el estómago y la quijada me dolían. No, eran hormigueos que dejé de sentir al levantarme levanté. Lo extraño era mi visión. Estaba borrosa y rojiza.

Fui a tomar una ducha.

Al salir del baño mi visión se estabilizó. Tomé ropa del gabetero, froté mis párpados y me dirigí hacia el espejo de cuerpo completo.

Era yo, con mi cabello negro y mis ojos marrones. Sin heridas en el estómago, sin dolores o insomnio. ¿Qué hacía en la catedral? ¿Cuánto tiempo pasó desde que me rescataron? ¿Pudieron salvarme de una herida como esa?

Cuando abrí la puerta para salir al pasillo, me encontré con alguien que estaba por tocar.

Tenía un desalineado cabello blanco, muchos mechones apuntaban arriba, a la izquierda y derecha. Su mirada, entrecerrada y saltona, como si tuviera mala vista, se adornaba por sus ojos azules. Vestía un suéter de lana marrón, con una gruesa y larga falda de lona azul.

Su piel, tan pálida como si nunca la hubiera tocado un solo rayo solar, era lisa y carecía de arrugas o manchas. Notaba su inquietud por cómo escondía sus manos tras su espalda.

¿Mi deseo? ¡Ser el protagonista de este mundo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora