♡Prólogo♡
Cuando salgo del hospital la luz intensa a ras del horizonte del sol al atardecer me recibe. Miro en ambas direcciones y cruzo la calle, en dirección al metro, y entre un par de edificios se ven sus rayos lumínicos desvaneciéndose poco a poco.
La conversación con el hospital no ha sido agradable. Este ha sido el primer aviso y sé que el segundo no tardará en llegar. Y eso si se molestan en avisarme. ¿Cómo voy a pagar la enorme cuenta que les debo y que he estado acumulando últimamente?
Mi padre no solo causó todo este desastre sino que, además, nos dejó con el culo al aire económicamente hablando. Si ya creía que era un ser despreciable... ahora lo reafirmo.
Me apoyo en una columna a esperar que llegue mi tren y suspiro, abatida. Siento ganas de llorar pero tengo la ligera impresión de que no puedo porque mis lagrimales se han secado de tanto hacerlo.
Mi padre está en la cárcel. Estafó a un montón de gente con promesas de enriquecerlos, enriqueciéndose solo él y, al final, perdió todo su dinero a manos de las mafias. Está en una cárcel de máxima seguridad, constantemente en peligro, y en ocasiones me siento culpable por no sentir ninguna pena por él.
Tuvo la brillante idea de meter a mi hermana pequeña en el coche en el que trató de huir de la policía.
El coche quedó destrozado en aquella huida, como mi hermana, que a día de hoy, casi un año después, sigue en coma después de aquello.
El sinvergüenza de mi padre solo se fracturó la muñeca. Poco le pasó para lo que merecía tras haber metido a mi hermana en su coche para llevársela y huir con ella.
¿En qué cabeza cabe meter a tu hija, además diabética, en semejante horror?
Aún siento escalofríos al imaginar el pánico que debió sentir mi hermana durante esa persecución, y doy gracias de que mi pobre madre no está viva para ver lo que el hombre que eligió como marido ha hecho con su hija.
Los médicos me dicen que no pierda las esperanzas pero, después de un año, cuesta mantenerlas vivas. De todos modos me niego a dejar escapar las pocas que me quedan. No sé cuándo, ni en qué momento, pero mi hermana despertará algún día y ahí estaré yo para abrazarla y prometerle que nada malo le sucederá jamás. No mientras yo respire.
Saco mi teléfono móvil para mirar la hora y, por el rabillo del ojo, me fijo en que un hombre trajeado me está mirando. No parece un chaval, pero es joven. Lleva un traje de tres piezas negro, camisa blanca y corbata gris. Un maletín cuelga de su mano pero, a juzgar por la marca que puedo ver serigrafiada en el dorso, me extraña que esté en el metro. Parece el tipo de hombre cuyo chófer lo espera a la salida de cualquier lugar.
Sus expresivos ojos celestes me miran con intensidad y me siento intimidada.
Sacudo la cabeza y devuelvo mi atención a mi móvil, donde mi amiga Savannah me está llenando el WhatsApp de mensajes de voz. ¡Odio los mensajes de voz! Ella lo sabe y, aun así, si nos comunicamos por WhatsApp es lo único que recibo de ella. Eso y cientos de stickers.
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Arrodillada
RomanceValerie se ve obligada a entrar en la vida de un atractivo y millonario hombre con el que llega a un acuerdo. Será completamente suya a cambio de que mantenga a su hermana con vida. Pero el acuerdo no es lo que Valerie creyó que sería, y pronto se v...