Capítulo 25

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♡CAPÍTULO 25♡

Val..., ¿me puedo quedar a dormir?

Me quedo mirando al que por desgracia es el protagonista de mis pensamientos mientras pienso en una respuesta a su pregunta.

No sé ni cuántas veces deseé hacerle la misma pregunta yo a él.

Nunca se la hice. Y no solo porque sabía la respuesta, que claramente sería un rotundo no, sino porque ya él se encargaba de echarme sin tacto ni contemplaciones de su lado cada vez que teníamos un orgasmo.

Y no fue hasta la noche en que me planté y decidí que todo debía acabar entre nosotros que, tras besarnos por primera vez, tras algunas revelaciones, también durmió conmigo.

–No creo que sea buena idea, William. Nada de esto ha sido una buena idea, en realidad –sus manos se tensan a mi alrededor –. No deberías quedarte.

Sus ojos se nublan con la tensión que detecto claramente en él. Sin embargo, veo perfectamente cómo esconde todo eso para forzar una sonrisa.

–Es tarde y he venido hasta aquí solo –pestañea como un cachorro que desea ser adoptado, dejándome atónita con su actuación porque jamás le había visto utilizar semejante teatro para conseguir algo, es más, ni siquiera le pega hacer lo que está haciendo. Él es más de tomarse todo porque sí, porque así lo quiere, así lo desea y punto –. ¿No te da miedo que me pase algo por el camino de vuelta?

Está claramente bromeando, y, a pesar de mis pensamientos, la forma en la que acaba de decir tal cosa me afloja una sonora carcajada.

–Ya... –río –. Síguelo intentando, Will.

–Me encanta que me llames Will –dice en voz baja, usando ese tonito tan sumamente íntimo, sensual y masculino que me vuelve loca. Me coge la cara por los cachetes con una mano y me atrae hacia él para darme un corto beso en los labios mirándome fijamente a los ojos mientras que yo, como si estuviese hechizada, me dejo hacer encantada, derritiéndome como una boba –. Entonces ¿no te doy pena?

Me aparto un poco para poder adueñarme aunque solo sea en parte de mi nublado juicio, aún atónita por su teatro melodramático de la pena.

–No –contesto con aplastante sinceridad, levantándole ambas cejas de inmediato –. No hemos llegado a ese punto.

La mano que no ha quitado de mi boca deja de sujetarme y mis ojos se ven tentados de cerrarse al sentirle acariciándome de nuevo, deslizándome las yemas de los dedos por el óvalo de mi cara mientras se me queda mirando con una expresión absolutamente indescifrable, con el silencio instalándose entre nosotros de inmediato.

Muevo la cara hacia su mano de manera inconsciente, impulsada por esa necesidad que vive en mí, y me dejo mimar por esas caricias que estoy sintiendo que me rozan el alma, ablandándome el corazón.

¿Y si le dejo quedarse? No, definitivamente no es buena idea. Pero, Dios... ¿me encantaría que eso ocurriese? Sin duda.

–¿Te arrepientes? –esas dos palabras rompen el silencio y, aunque ha hablado en voz baja, resuenan en mis oídos.

–¿De lo que acaba de pasar? –pregunto lo obvio y él asiente, pasando los dedos por mi sien hasta mi cabello, retirándome el pelo hacia atrás y enredando los dedos en mis mechones con suavidad –. No –me sincero –. Pero eso no quiere decir que...

–Con que no te arrepientas me basta –bordea mi cabeza y recorre mi nuca con los dedos antes de ejercer presión sobre ella y aprisionarme apasionadamente contra él, besándome con fuerza, hundiendo su lengua en mi boca y evocando los jadeos que surcan mi garganta, iniciando el proceso que vuelve a calentarme las venas.

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora