Capítulo 22

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♡CAPÍTULO 22♡

Siento cómo la respiración me abandona al ver a William delante de mí, y soy incapaz de moverme cuando se adentra en el ascensor y las puertas se cierran tras su espalda, con ambos dentro completamente en silencio, mirándonos fijamente a los ojos.

Fragmentos de un montón de cosas ocurridas entre los dos se instalan en mi cerebro pasando como imágenes en diapositiva, impregnando mis pensamientos y todo mi ser de una nostalgia inesperada que me aturde y no me hace sentir bien, por lo que le retiro la mirada.

El hormigueo en mi vientre y mi nerviosismo aumentan, dificultándome la capacidad para respirar.

Está aquí, a mi lado, mirándome. Joder... Me cuesta respirar.

El ascensor continúa su ascenso, sin detenerse, y el silencio se vuelve difícil de soportar.

–Valerie...

Oírle pronunciar mi nombre hace que aterrice en la tierra. Esto está ocurriendo. Ocurriendo de verdad. Tengo a William delante de mí, dentro de un ascensor que empieza a hacerse cada vez más pequeño a mi alrededor.

No puedo evitar volver a mirarle.

El toque de electricidad que brota de la intensidad que emanan esos ojos tan azules que tiene y que son los más intensos que he visto en toda mi vida me traspasa y me mareo por cómo siento que me electrocuta por dentro, de modo que me sujeto a la barra metálica del ascensor para evitar desfallecer.

–¿Te encuentras bien?

Se aproxima con lo que supongo que es fingida preocupación y pongo la mano entre los dos para que se detenga, y lo hace. Se para en seco. No llego a tocarle, ni siquiera le rozo, pero la cercanía de su torso con mi mano hace que sienta que me cosquillean los dedos ante la proximidad, provocando que un abrupto calor me atosigue y me envuelva.

–Estoy bien –miento, y en mi mentira se nota el temblor que siento en el cuerpo –. No es necesario que te acerques a mí.

William asiente despacio, dando un paso atrás.

El corazón se me revoluciona dentro del pecho y me esfuerzo por que no se note que mis rodillas parecen dos gelatinas. Claro que la forma en que me arde el aire en los pulmones impide que no se note que estoy respirando ligeramente acelerada.

La tensión se instala dentro del cubículo y empieza a picarme el cuello y la nuca, y la opresión que tengo en el pecho me hace caer presa de mi propia ansiedad, pero también se intensifica el silencio incómodo que hace que me piten los oídos, sintiendo esa maldita música clásica como un castigo para mis tímpanos.

Sus intensos ojos de mirada penetrante no abandonan los míos ni un instante, y cuando dejo de ser capaz de sostenerle la mirada y se la retiro nuevamente expulso una bocanada de aire que me avergüenza y me alivia a partes iguales.

Miro hacia el panel y me horroriza comprobar que aún faltan veinticinco plantas para llegar al piso de Matthew.

No tengo escapatoria. Perdí la oportunidad en cuanto las puertas se cerraron detrás de él ante mis paralizadas narices.

Entrelazo mis manos y comienzo a retorcerme los dedos, y mis ojos traicioneros le observan de reojo, odiando el espontáneo pensamiento que tengo de lo bien que se le ve, embutido en ese traje azul marino de corte empresarial y la camisa blanca. Va sin corbata, pero como lleva la elegancia en las venas no es algo que le haga falta.

Me pongo recta y me obligo a mantener la compostura. Es William Blackburn, no el maldito rey de Inglaterra. ¡Tengo que relajarme! Pero... joder. Es tan difícil. No esperaba volver a tenerlo delante, no al menos tan pronto aunque ya haya pasado tiempo de la última vez, y me siento completamente en shock.

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora