Capítulo 6

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♡CAPÍTULO 6

Pasar toda la noche arrodillada en el dormitorio de William y tener que salir a las seis y media de la mañana a correr es, sin duda, una tortura.

Este hombre es mi torturador. Puede que su belleza sea indiscutiblemente grandiosa, pero su maldad es igual de grande.

Cuando llegamos a casa Marianne está en ella y me la presenta. Se trata de una mujer de unos cuarenta y pocos años muy amable y agradable que, desde que hice la lista de alimentos que pidió, ha cocinado solamente exquisiteces, de modo que la alabo en ese sentido y le doy las gracias por todo, lo cual parece agradarle.

Cuando se marcha William y yo nos quedamos a solas en la cocina, sentados a la barra de desayuno para comer lo que Marianne nos ha dejado para desayunar.

Ni siquiera porque esta mañana volvió a darme un masaje en las rodillas, como la primera vez que pasé la noche así, le perdono lo que me está haciendo pasar.

Ni en un millón de años podría perdonar tantas humillaciones.

–Mañana me voy de viaje. Un viaje de negocios –me informa.

Sus palabras causan tales estragos en mí que tengo que controlarme para no saltar de la butaca y ponerme a saltar.

Se va de viaje. Eso quiere decir que me libraré de él, como mínimo, una noche.

Su acecho me tiene harta, especialmente desde que se acerca el día en que pueda tocarme libremente luego de que mi inyección anticonceptiva haga su efecto.

–Te deseo buen...

–Prepara una maleta para un par de noches –me suelta.

Eh... ¿cómo?

–¿Para qué?

Clava la vista en mí.

–No te vas a librar de mí, Valerie –sonríe y, por su forma perversa de hacerlo, intuyo que sabe lo que estaba pensando.

Maldita sea.

–¿A dónde vamos?

–A Chicago.

Lo único bueno que le encuentro a mi viaje a Chicago con William es que, por habernos tenido que levantar a las cinco para tomar un vuelo a las siete menos cuarto y poder llegar a la ciudad antes de las nueve y media, no he tenido que salir a correr.

Ayer, tras enterarme del viajecito inesperado, fui a visitar a mi hermana y pasé el resto de la tarde durmiendo. Ni siquiera me desperté. ¿Para qué? ¿Para hacer algo malo y darle a William la oportunidad de martirizarme una noche arrodillada? No. ¡Me niego a volver a pasar por eso!

Es demasiado duro, doloroso, humillante e incómodo.

Llegamos al hotel de Chicago a las nueve menos cinco y William se va a dondequiera que sea porque tiene una reunión. Turner me acompaña a mi habitación y, una vez dentro, deja la maleta de William en el salón de la amplia suite y se instala en el salón para vigilar la puerta.

¿De verdad creen que me escaparía? No conozco este sitio, no tengo ni un centavo y estoy demasiado lejos de mi hermana como para ponerla en peligro.

Es de locos que también tengan que vigilarme aquí.

Yo me meto en uno de los dormitorios y aprovecho para desvestirme y darme una ducha. Me pongo algo de ropa cómoda y me asomo a la ventana, preguntándome si William me dejará salir esta tarde a explorar la ciudad.

Es la primera vez que estoy en Chicago y sé que es una ciudad fascinante. Además, volvemos el lunes y no me apetece pasar por aquí solo pisando el hotel como si fuese una mascota guardada en su trasportín.

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora