Capítulo 32

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♡CAPÍTULO 32♡

Aún me cuesta creer lo imprudente que fui al ni siquiera pensar en mi anticonceptivo cuando volví a acostarme con William. Pero ¿cómo hacerlo? Nunca estuve con nadie antes y, ciertamente, todas las veces que estuvimos juntos cuando viví en su ático me acostumbré a la libertad de hacerlo sin tenerme que preocupar de usar protección.

En realidad, jamás en mi vida había utilizado un preservativo, así que ni lo pensé.

Tenía tantas cosas en la cabeza que lo último de lo que me acordé fue de que se me había pasado la fecha del refuerzo de la inyección.

Ayer había sido mi tercer día con la regla y hoy amanecí manchando muy poquito, pero fue a causa de un sueño que me hizo pasarlo mal que se despertaron mis dudas, que habían estado apagadas hasta ahora por la clara obviedad de que, al venirme la regla, no puedo estar embarazada.

Le conté a William tras despertarme sobre mi preocupación y, ocultando su nerviosismo, me llevó a una farmacia tras mucho insistirle, momento que aproveché para que me diese un poco el aire fuera de la mansión, porque si bien es cierto que en la playa el aire me sobra esta mañana necesité salir de aquí aunque fuera solo por un rato.

Aunque la de la farmacia me hizo el comentario de que tener la regla era sinónimo de no estar embarazada, de todos modos atendió estupendamente todas mis dudas y me vendió los test, pues mi duda era, particularmente, sobre si podían hacerse teniendo la regla.

Compré los tres que me recomendó la auxiliar de farmacia porque William no me dejó llevarme veinte.

En silencio, tras dar un corto pero agradable paseo en el que William hasta me compró un helado para intentar animarme al ver que le hice ojitos al camión de los helados que estaba cerca de un pequeño muelle, volvemos a la mansión y me voy directa al dormitorio.

La auxiliar de farmacia me ha vendido tres test de diferentes marcas, así que supongo que tendrán que bastar para sacarme estas dudas que, aunque no me habían picado mucho, lo cierto es que anoche soñé que estaba embarazada y me cagué de miedo.

Uno a uno, voy abriendo sus capuchones tras leer instrucciones y hago pis en las bandas absorbentes.

El corazón me late a cien mil por hora y cuando los pongo en línea sobre el lavamanos esperando los resultados la cosa se pone peor. El latir histérico de mi corazón parece una lavadora en plena centrifugación, pero... Dios. El alivio es inmediato cuando empiezan a aparecer los resultados minutos después, tras lo que me ha parecido una eternidad, y descubro que cada uno arroja unos clarísimos negativos que hacen que el alivio me relaje de tal manera que hasta el dolor de cabeza que tenía desaparece como por arte de magia.

¡Menos mal!

No estoy embarazada, ¡afortunadamente! No es el momento, ni la situación ni las circunstancias adecuadas para ello. Pero no pienso olvidarme de protegerme nunca más, y aunque William en Shinnecock el otro día, cuando mantuvimos la conversación sobre nuestra imprudencia por el olvido de la inyección, me sugirió a Indra para que me recete un método anticonceptivo otra vez, yo, en esta ocasión, me negué. Me gustó Indra, pero la verdad es que preferí encargarme de eso por mí misma, agendando una cita para el lunes por la tarde con el ginecólogo de siempre de Savannah, y si a William le pareció mal no lo demostró, pero sí lo respetó.

Precisamente mientras pienso en él, el susodicho aparece repentinamente en escena abrazándome por detrás.

-¿Qué? -pregunta apoyando la barbilla en mi hombro, mirándome a través del espejo del lavamanos mientras yo bajo la mirada de sus ojos a donde sigo viendo los test con esos negativos que me han alegrado el día, por lo que miro a William con una sonrisa y estampo un beso en su mejilla al girar la cara en su dirección -. A juzgar por tu aparente felicidad son... -echa un vistazo y ladea la cabeza -. Negativos ¿no?

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora