Capítulo 28

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♡CAPÍTULO 28♡

El reloj indica que son casi las nueve cuando llegamos a la enorme y preciosa casa en Shinnecock de William.

No es tan imponente ni gigantesca como la mansión familiar pero, desde mi punto de vista, aunque de todos modos sigue siendo enorme para mí, es una casa que en primera apariencia se ve más bonita y acogedora, sin tantos rasgos ni cortes arquitectónicos modernos. Como una casa de campo de alguien con mucho dinero, por supuesto, y me encanta.

La propiedad se halla frente a un embarcadero en el que hay un barco anclado cubierto por una lona azul, y la piscina, llena de luces interiores azules que se han prendido en cuanto William ha activado la iluminación de la casa, está encastrada en un bonito suelo de terraza beige, bordeada de un montón de césped y los bonitos árboles y arbustos que la rodean.

La edificación de ladrillo gris y tejados del mismo color se ve un poco más rústica y menos moderna que la mansión frente a la playa de su familia, también es más pequeña y de dos únicas plantas, pero al entrar en ella me doy cuenta de que solo era una fachada. El lujo me recibe en cuanto entro sobre los bonitos suelos de madera.

Me sorprende que no haya ni una mota de polvo sobre los muebles, todos de un gris claro contrastando neutramente con las paredes de paneles blancos, por lo que me imagino que alguien cuida la casa en su ausencia.

Que la edificación sea menos actual no quiere decir que sea menos lujosa. No obstante, a pesar del lujo, en esta casa se respira un ambiente más cálido, más como un hogar y no como un hotel de cinco estrellas. No sé si por la cantidad de cojines que hay en los sofás del salón o por la decoración menos ostentosa y más hogareña, pero me gusta muchísimo.

No se parece en nada al ático de Manhattan. Ni lo más mínimo. Aquella casa es fría y esta, en cambio, tiene calor y personalidad. Porque aunque la neutralidad predomina en los colores de la decoración es un sitio con un encanto especial.

Desde el porche trasero podemos ver la piscina, y hay una mesa para comer a la que nos sentamos con una botella y un par de copas de vino, iluminados por la tenue luz amarilla de la lámpara blanca de cristal que pende sobre nosotros.

–Si tienes frío podemos entrar y encender la chimenea. No tardaría nada porque es de gas, y...

–No tengo frío, pero gracias.

William asiente y lo observo mientras sirve vino en las dos copas. Prometí no acercarme al alcohol, pero solo será una copa y nada más.

Además, hace una noche estupenda y, aunque sigo estando con el vestido playero de macramé, William me ha prestado un jersey suyo al llegar a la casa, el cual me está ayudando a paliar el frescor de la brisa, que si bien no es desagradable es fresca. Por eso no me siento incómoda estando aquí afuera.

Claro que lo que sí me siento es en constante tensión interna conmigo misma, porque mi subconsciente chillándome qué hago yo aquí trata de imponerse a mis ganas de estarlo.

–¿Tienes el móvil en silencio? –le pregunto haciéndole fruncir el ceño.

–No. Ya no. ¿Por qué lo preguntas?

–Porque no lo he oído sonar ni una sola vez.

–¿Tendría que sonar? –pregunta con el ceño aún más fruncido, repleto de desconcierto.

–Supongo que sí. Trajiste a Michelle aquí contigo, no hemos vuelto y con cómo es de posesiva contigo creí que te tendría el móvil ardiendo a llamadas.

William resopla ante mi tono mordaz.

–He bloqueado la entrada de llamadas de todos los números apuntados en mi agenda menos el de Matt y el de mi asistente –explica, lo cual le da sentido a todo –. ¿Eso despeja tus dudas sobre por qué no oyes mi móvil sonar?

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora