Capítulo 47

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♡CAPÍTULO 47♡

WILLIAM.

Aún me palpitaban los nudillos cuando mi primo me llevó de regreso al hospital.

Matthew atendió un mensaje en su teléfono, y por cómo se frunció su ceño temí que fuese otra maldita mala noticia. Le agarré del brazo y le detuve.

–¿Qué pasa?

Fruncí el ceño cuando se soltó con un mal gesto de mí.

–Dice Savannah que la intervención de Marianne ha sido todo un éxito –respondió con seriedad –. Estará bien.

Torcí el gesto involuntariamente. Los míos no hacían sino perder sangre, Marianne había perdido eso y el bazo.

–¿Está en reanimación o ya la han llevado a una habitación?

Me detuve frente a los ascensores con Matthew ignorándome, su única respuesta había sido un encogimiento de hombro.

–Oye, ¿por qué cojones estás tan enfadado conmigo?

Me vi reflejado a mí mismo en su rostro cuando Matthew apretó la mandíbula.

–Hemos pasado por mucho y casi perdemos más –dijo como si yo acaso no me hubiese dado cuenta –. ¿Eres consciente de lo que podía haber pasado si acaso se te hubiese ocurrido matar a ese... a ese imbécil?

–Pero no le maté.

Desgraciadamente.

–No por falta de ganas –adivinó.

–Matt, intentó matar a Valerie dos veces estando embarazada de mis hijos, casi acaba con la vida de Marianne y amenazó a mis bebés recién nacidos con un puto bisturí –recordarlo todavía seguía cavando hondo en el pozo sin fin de mi sufrimiento –. ¿Qué habrías hecho tú si hubieses visto a Mason o a Savannah en esa situación? ¿Eh?

Su cara se volvió pálida.

–¡No me hables como si Valerie, tus hijos o Marianne no me importasen!

–No lo hago, pero necesito que entiendas que... joder, me cegué. Deja ya de estar enfadado conmigo por darle su merecido a ese animal.

Mi primo me dio un inesperado puñetazo en el hombro. Los nervios afloraron de él con un suspiro tembloroso. Luego, me cogió por las solapas del cuello de la chaqueta y unió nuestras frentes.

–No hemos hecho sino estar al borde de perderlo todo una y otra vez últimamente –susurró cerrando los ojos. Apretó las solapas con más fuerza –. Joder, casi te pierdo a ti dentro de una prisión.

Agarré sus codos con firmeza, aparté sus manos de mí y después le abracé, fundiéndonos en un abrazo fraternal que me hizo suspirar de alivio porque, aunque se revolvió intentando huir, al final cedió y se dejó abrazar.

Tenía parte de razón.

–Lo siento, hermano. Siento haberte defraudado con mis actos y haberte puesto en tesituras complejas en lo que a defenderme respecta.

–No es eso –murmuró en mi hombro. Luego, se separó de mí y me miró a los ojos –. Es que hoy he tenido que luchar con uñas y dientes para que no te encerrasen y, al imaginarlo...

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