Capítulo 9

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♡CAPÍTULO 9

El dolor y escozor a lo largo del día en mi entrepierna no es más que un constante recuerdo de lo que ocurrió con William ayer en su dormitorio.

Me desprendió de mi virginidad. Veintitrés años y acabo de perder la virginidad.

He estado toda la noche dándole vueltas a algo. Quizás, solo quizás, si me hubiese rebelado de verdad y no hubiese obtenido el placer de verme disfrutar habría perdido el interés en mí y así, tal vez, lo aleje. Así que he tomado la decisión de trabajar en mi mente para esforzarme la próxima vez en demostrarle que soy tan capaz de no sentir nada como él de hacérmelo sentir solo por su mezquindad.

La forma en la que me hizo sentir no es comparable a nada que haya sentido antes. Pero después de la forma en que me echó de su dormitorio y todas esas veces arrodillada y humillada a los pies de su cama no creo que tenga estómago para convertirme en su juguete sexual.

Buscaré la manera. Encontraré la forma de hacerme cargo de mi hermana incluso aunque tenga que ir a visitar a mi padre a la cárcel y suplicarle por información acerca de algún rincón en el que haya guardado algún botín de su sucio dinero para, así, hacerme con él y encargarme de mi hermana sin tener que ser la esclava sexual de un depravado que se ha aprovechado de mi situación para adueñarse de mí, embrujándome a tal punto que he llegado a sentir placer con él.

Estoy tan segura de que mi padre tiene algo por ahí guardado como de que me llamo Valerie. De lo que no estoy tan segura es de que me lo vaya a dar sin pedir nada a cambio, y eso me da mucho miedo. Quizás más miedo que las noches arrodillada junto a William Blackburn.

¿Podré soportar el asco de tener que estar cerca de él?

Tiro el vaso de mi té helado ya vacío en una papelera y salgo del hospital.

Turner me lleva directamente a casa de William y, cuando llego, Marianne me acompaña a una habitación de la casa a la que no había accedido antes diciéndome que hay algo para mí allí.

Mis ojos se abren con sorpresa al ver una colosal cantidad de lienzos de diferentes tamaños, un par de caballetes de madera clara y una enorme multitud de pinceles, acuarelas, pinturas al óleo y acrílicas en infinidad de cajas precintadas, listos para estrenarse y usar. También hay botes para mezclas y recipientes para agua o limpiadores. Veo brochas, paletas, espátulas y mil cosas más.

Y una nota.

Marianne me deja sola y, aunque siento ganas de llorar por todo lo que estoy viendo y que me muero por usar, me centro en desplegar las hojas y leer lo que me ha escrito.

Aquí tienes tu recompensa.

William.

Será... ¡Será cabrón! Aprieto los puños y la maldita nota se entierra bajo mi palma. Me tiembla el labio y me arden las venas con la rabia, pero me niego a llorar. Esta enorme habitación vacía a excepción de un sofá de terciopelo rojo, una mesa y un par de cajas perfectamente apiladas en una esquina, acompañados por mis malditas recompensas, empieza a dar vueltas a mi alrededor y me mareo.

Me apoyo en una pared y, sin saber por qué, releo la nota con las letras moviéndose, mareándome.

¡Mi recompensa!

¿Es que me ha comprado todo esto porque me folló ayer? ¿El pago por quitarme mi virginidad? ¡Como si fuese el pago por una noche de sexo a una vulgar prostituta!

¡Qué asco!

La repulsión que siento hacia cómo intuyo que me ve me hace sentir náuseas y, sin tiempo que perder, salgo corriendo hacia mi habitación y vomito hasta la bilis.

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