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Kaiden encontró la forma de hacerse notar, cumpliendo mi petición de dejarme tiempo para pensar.

Sabiendo que estaba tan cerca de mí, no podía dejar de pensar en él. Los segundos empezaba a hacérseme eternos.

No me atrevía a salir a la calle por temor a que algún periodista consiguiera encontrarme. Solo esperaba, y comía cheetos, y seguía esperando.

Jocelyn debía estar preparando su siguiente movimiento. Era imposible que se detuviera. Encontraría la forma de controlar el desastre tarde o temprano.

Dejé la bolsa de cheetos a un lado y me levanté a abrir la puerta; no recordaba haber pedido nada a recepción.

—¿Diga? —murmuré.

El hombre, vestido con su uniforme azul marino. Llevaba un carrito detrás de él, que ocultaba con su cuerpo .

—Buenas noches, señorita Raid. Como bien sabe, el hotel tiene prohibida la entrada de cualquier tipo de animal. Aves, roedores, felinos o mamíferos. Sin embargo, su... amigo, nos ha pedido una excepción que el jefe ha estado dispuesto a concederle.

Oh dios... ¿Estaba insinuando que...?

—Su amigo lo ha llamado Elvis.

No le di tiempo a seguir hablando, con el corazón latiéndome a toda velocidad, rodeé al hombre y miré el carrito detrás de él. Estaba ahí. Elvis cacareó emocionada dentro de su jaula.

Kaiden me había devuelto a Elvis. Lo había traído hasta aquí conmigo. Y había convencido a los responsables del hotel de que tenían que dejar que se quedara. Abrí la jaula a toda prisa y la dejé salir de la jaula. Dio una vuelta rápida por la habitación antes de posarse en mi hombro y esconderse en mi cuello. Dios, cuánto la había echado de menos.

—Aunque no habrá ningún problema con que se quede con usted. La dirección del hotel le pide por favor que la mantenga dentro de su suite.

Asentí frenéticamente con la cabeza.

—Sí, claro que sí. No habrá problema, se lo prometo.

—Perfecto. Que pase una buena noche.

Agarré la jaula del carrito y entré dentro con Elvis. Que estuviera aquí me parecía tan... surrealista. Una piecita de mí había vuelto.

Dejé que se subiera en uno de mis dedos y le di un beso suave en la cabecita.

Idiotaaaaaaaa —cacareó.

Hay cosas que nunca cambian.

—Lo sé, Elvis, la más idiota de todas. ¿Me perdonas?

Idiotaaaaaaa

—Al menos podrías cambiar el insulto, ¿no crees?

Minioooooon. Ladrooooooona.

Entonces me di cuenta: no había sido Lily quien se había encargado de cuidarla, sino Kaiden. Seguramente, cuando ella había leído mi mensaje, Kaiden había decidido hacerlo él. Y ahora Elvis había aprendido todos sus motes.

Oh, Kaiden...

Tenía que hablar con él. Evité sus mensajes y, sin pensarlo dos veces, lo llamé. Lo cogió al primer tono.

¿Sam?

Gracias —respondí sin preámbulos.

Kaiden no necesitó más explicaciones para saber a qué me refería. Escuché su suspiro a través del teléfono.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora