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—Elvis, para —refunfuñé.

La muy idiota gritó más alto.

—Elvis, no voy a levantarme.

Minion ladroooooooon.

Me removí en la cama, cubriéndome completamente con el edredón. Pero el pájaro aún no había tenido suficiente. Sin ningún reparo, se posó sobre mi cabeza y empezó a picotear la tela.

—Elvis...

Arriiiiiiiiiibaaaaaa.

¿Desde cuándo sabía decir eso...? De un golpe, lancé el edredón hacia atrás. Me levanté tan rápido que la visión se me llenó de puntitos negros durante unos segundos. El pájaro graznó enfado, esquivando la manta. No se rindió y revoloteó a mi alrededor.

¿Semillas? ¿Quería semillas? Igual se había quedado sin ellas en el comedero. Me aparté el pelo enredado de la cara y caminé hacia el salón. El parqué estaba helado.

Después de... había olvidado poner la calefacción.

—Elvis, tienes semillas, ¿de qué estás...?

Estaba volando junto a la puerta. ¿Y si habían vuelto a... dejar algo? Elvis había atacado a los documentos la última vez.

—¿Qué pasa, chica?

Todo mi ser temblaba a cada paso hacia allí. Si eran... o Kaiden... No quería pensar en ello. Solo era Elvis haciendo cualquier tontería, quizás algún ruido le llamara la atención fuera. Miré por la mirilla; no había nada.

Por un segundo habría creído que Kaiden estaría allí, pero no había vuelto a dar señales de vida después de que le dijera que no esperara.

Abrí la puerta.

Había un ¿cuaderno? Miré alrededor antes de recogerlo y cerrar la puerta detrás de mí. Parecía viejo y desgastado, con las esquinas estropeadas. Parecía haber pasado por mucho. Elvis se subió en mi hombro y no hizo el menor amago de intentar atacar a la libreta. Me senté en el sofá y la abrí con cierta duda. No estaba segura de estar preparada para conocer más de los secretos de Kaiden.

En la primera página sólo aparecían dos palabras, escritas en el borde superior derecho.

Kaiden Walls.

Era su letra, limpia y pulcra. La libreta pertenecía a Kaiden, sin duda alguna. Pasé a la siguiente hoja con un ansia que me hizo sentir avergonzada. La tinta ahí parecía más reciente.

Esto sí era real. Lo sigue siendo.

Y cuando pasé la siguiente, supe qué significaba.

—¿Eres compositor?

—No sé, suena raro llamarlo así. Escribo canciones y las vendo.

Era una de las libretas de Kaiden, en las que escribía todas sus canciones. De las que nunca quería hablar, las que no había enseñado a nadie. Cuando escribía, su letra se volvía más torcida y desigual, como si compitiera por escribir al ritmo de sus pensamientos.

Odio la persona que soy cuando te hago daño,

Instantes en los que abandono,

Y me repito que no te merezco,

No te merezco,

Pero si te fueras, rezaría de rodillas que te quedaras.


A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora