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En Nebraska, alejada de internet y cualquier contacto con la realidad que me perseguía, era como estar en una burbuja. Una enorme y brillante en la que solo existía Kaiden. Y Elvis cuando se ponía a insultar a diestro y siniestro, claro. Era tan divertido fingir que el exterior no existía... Los días pasaron, encerrada en mi piso con Kaiden, haciendo cualquier tontería. Además, eché algunos curriculums para ver si conseguía trabajo de una vez.

Me estiré en el sofá sin cuidado, y el pájaro aprovechó para subirse en mi rodilla. En ese mismo momento Kaiden irrumpió de golpe en el salón; tenía el pelo negro mojado por la lluvia y el portazo que dio al entrar hizo temblar las paredes.

—¿Lo sabías?

Sonaba enfadado. Muy enfadado. Me incorporé, buscándolo con la mirada.

—¿Qué ha...?

Me interrumpió antes de poder preguntar.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡Joder! ¿¡Tú lo sabías!? ¡Eres su mejor amiga! ¡Claro que lo sabías!

¿De qué estaba hablando? ¿Se refería a Lily? ¿Qué se suponía que sabía?

Nunca había visto a Kaiden tan enfadado. Ni siquiera parecía medir sus reacciones, sobre todo cuando dejó que una de mi lamparas cayera al suelo por culpa de sus hoscos movimientos sin importarle lo más mínimo. Ahogué un grito cuando el cristal se rompió contra el suelo.

El sonido me recordó al del jarrón de las flores de Sean rompiéndose contra el suelo.

—Kaiden no sé de qué... —murmuré.

Cuando atravesó el salón en tres zancadas y me encaró, retrocedí por instintos. Las venas de su cuello y su frente se marcaban a través de la piel mientras me observaba.

—¡¿Creíais que no me enteraría?! ¡¿Que soy gilipollas?!

Esperé en silencio. Si hubiera podido, habría puesto aún más espacio entre él y yo. No estaba acostumbrada a querer alejarme de Kaiden.

—¡¿No piensas decir nada?!

¿Ahora sí me dejaría hablar?

—Kaiden... tienes que tranquilizarte —murmuré.

Eso solo pareció enfurecerlo aún más. Retrocedí hasta hundirme en el sofá.

—¿¡Cómo coño voy a tranquilizarme!?

—Deja de gritarme, Kaiden —pedí.

Me dio la sensación de que ni siquiera me estaba viendo realmente cuando me miró. Por un instante incluso creí que se enfadaría aún más.

—¡No estoy... —Entonces reaccionó y bajó el tono de golpe— gritando...

Se apartó de mí, dejándome espacio para incorporarme, y se alejó con rapidez hasta la otra punta del salón. Despeinó su pelo con las manos, tirando ligeramente de él. Me miró de verdad por primera vez desde que había entrado, después observó la lámpara rota.

—Yo la... ¿yo la he roto?

Las palabras parecieron desgarrarle la garganta al pronunciarlas. Asentí con la cabeza.

—¿Estás... —tragó saliva antes de hablar— estás bien?

Asentí con la cabeza.

¿Segura?

No respondí. En su lugar, hice otra pregunta:

—¿Qué ha pasado? —La voz me tembló más de lo que me habría gustado.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora