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La luz me deslumbró cuando Kaiden descorrió las cortinas de mi habitación. Gruñí, tapándome con el edredón y haciéndome una bola debajo de él. El muy idiota me lo quitó de un tirón. Tenía agujetas por todo el cuerpo,

—Kaiden... —me quejé.

—Arriba. Hoy hay mucho que hacer.

Siempre había mucho que hacer. Y mentiría si dijera que no me gustaba.

Arribaaaaa, arribaaaaaaa.

Elvis, que estaba subido en su hombro y comiéndose las semillas que le daba repitió sus palabras.

—¿Estás aliándote con Elvis?

—La muy pesada no deja de seguirme, así que tengo que entretenerme con algo.

Fingí desmayarme en la cama, llevándome una mano a la cabeza y dramatizando mis movimientos.

—No me puedo creer que mi pájaro te quiera más a ti.

—Venganza. Tú te ganas a mi madre, yo me gano a tu bicho. Y ahora levanta.

En cuanto el suelo frío hizo contacto con las plantas de mis pies di un salto y me enganché a Kaiden, que me agarró antes de que pudiera caerme.

—Llévame a la cocina, el suelo está demasiado frío para pisarlo.

—Dios, eres una exagerada.

Aunque se quejó, me llevó hasta la cocina para que me sentara en uno de los taburetes. Dos envases de café humeantes esperaban allí.

—¿Has traído café?

—Sí, del sitio que me gusta. ¿Vainilla con leche condensada o caramelo?

La sonrisa que moldeó mis labios fue casi incontenible. Durante unos segundos, solo le miré; esa era una de las formas sutiles que Kaiden tenía de demostrar amor, su café favorito era el de caramelo, pero siempre me daba la opción de elegir cuál de los dos quería.

—Vainilla —contesté, agarrando el café y dándole un buen trago.

¿Qué narices llevaban para estar tan buenos? Agarró el café y fingió no darse cuenta de que le había dejado el que le gustaba.

—Vamos a poner las estrellas nuevas en tu habitación y después tengo una sorpresa.

Arqueé una ceja.

—¿El qué?

—Sé que no te gustan, pero no voy a decirte que es. Ya hemos tenido esta conversación un centenar de veces.

Negué con la cabeza.

—Te has equivocado. Sí que me gustan.

—¿Desde cuándo? Porque creo que tengo como 200 mensajes tuyos insultándome por no desvelar mis sorpresas.

—Desde que son tuyas.

No respondió. En su lugar, me miró unos instantes —como solo él sabía hacerlo, con una mezcla de ternura, deseo y adoración— y se inclinó para unir sus labios a los míos. No sabía en qué momento su boca había empezado a saber a hogar, pero me encantaba. Sus manos acariciaron mis muslos como un suspiro. No tenía ninguna intención de romperlo, hasta que vi lo que tenía detrás.

—¡Has traído magdalenas con pepitas de chocolate!

Me estiré y alcancé la bolsa, llevándome una a la boca. Incluso hice uno de esos bailecitos de felicidad. Kaiden me miró con la boca abierta, totalmente indignado.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora