108

199 16 1
                                    


Recuerda votar y comentar para que la historia pueda llegar a más gente

No se movía. ¿Por qué no se movía? Sentía que no podía respirar. Las manos me temblaban descontroladamente y tuve que intentarlo varias veces antes de abrir la jaula tumbada sobre el suelo. Elvis estaba en el fondo, contra los barrotes.

—Kaiden... —gemí.

Elvis no. Por favor. Elvis no.

El pelinegro se arrodilló a mi lado. Con cuidado, cogí a Elvis, no hizo el menor movimiento. Estaba completamente laxo. Además, una de sus alas se había doblado en una posición antinatural.

Era la misma que se había roto cuando solo era un polluelo.

Sollocé. Las lágrimas me emborronaron la visión.

En silencio, Kaiden me quitó al animal de las manos. Lloré con más fuerza al

pensar en lo mucho que Elvis lo adoraba. Había pasado horas revoloteando cerca de la puerta, esperándolo.

—Kaiden... —repetí— está... ella está...

No podía decirlo. No podía ser real.

—No está muerta.

Sentí que el corazón volvía a latirme mientras miraba a Kaiden con esperanza.

—¿No?

—Hay que llevarla a un veterinario, pero está respirando.

—¿De verdad?

—Este pajarraco es un hueso duro de roer.

Aunque lo hubiera dicho de esa forma, Elvis también se había vuelto importante para él. Se levantó del suelo y le seguí, secándome las lágrimas con las mangas del jersey.

Ahora, si me fijaba en el cuerpecito del pájaro, podía ver sus plumas subiendo y bajando lentamente, al ritmo de su respiración. Antes de subir en su coche, Kaiden me devolvió a Elvis, con cuidado de no tocar el ala herida.

No podía dejar de observarlo, aterrada de que dejara de respirar. Necesitaba a Elvis conmigo. No concebía una vida en la que no estuviera a mi lado, éramos un equipo; yo le expresaba mi amor eterno y ella me insultaba.

Pasamos en silencio todo el trayecto hasta el veterinario de guardia. Allí, no tardaron en llevarse a Elvis para hacerle una radiografía. Una de las trabajadoras, que se apiadó de mi cara de desesperación, me dijo que podía quedarme esperando en la recepción y ella me llamaría cuando tuviera noticias.

Me desplomé en la silla azul de plástico, temblando como una hoja. ¿Y si Elvis no podía volver a volar? No podría perdonármelo jamás. Kaiden me frotó los brazos, intentando hacerme entrar en calor.

—Estás helada. Solo llevas un jersey y hace demasiado frío. Toma mi chaqueta.

Se quitó la cazadora en la que le había cosido los girasoles y me la dio para que me la pusiera. Estaba calentita y olía a él, enterré la nariz en la tela.

¿Y si se despertaba desorientada sin saber dónde estaba? Elvis odiaba los sitios nuevos. Volví a secarme las lágrimas de las mejillas.

—Di algo, por favor —rogó, mirándome atentamente—. Sam.

—Si le ocurre algo no me lo perdonaré jamás —murmuré.

—No ha sido culpa tuya, Samantha.

Negué con la cabeza.

—La dejé allí. Salí corriendo y la dejé allí. Elvis nunca me habría hecho eso a mí. Ella siempre ha estado a mi lado en todo.

—Solo pensaste en huir, Samantha. Estabas en peligro y tuviste que reaccionar rápido. Y lo hiciste muy bien.

Seguí negando con la cabeza. Una y otra y otra vez.

No había sido valiente. Había huído y ahora Elvis pagaba las consecuencias. Eso no era ser valiente.

—No, yo...

Kaiden acunó mis mejillas con cariño, intentado hacer que me centrara.

—Lo eres. Reaccionaste, Sam, y conseguiste salir de ahí. Hay que ser muy valiente para eso. Siento no haber llegado antes.

Por primera vez desde que había llegado, fui realmente consciente de que Kaiden estaba ahí, delante de mí, y no entre unos barrotes.

—¿Qué haces aquí?

—Quería darte una sorpresa. El abogado ha conseguido sacarme, se les acabaron las excusas para seguir reteniéndome, al menos hasta el juicio.

—¿Vas a quedarte?

Asintió con la cabeza. Sentí que al fin respiraba en semanas.

—Todo el que pueda.

Pero los dos sabíamos que eso no era un para siempre. Kaiden se sentó a mi lado mientras acariciaba una de mis manos. Puede que las cosas hubieran cambiado, pero su tacto seguía siendo el mismo de siempre. Apoyé la cabeza en su hombro, hundiéndome aún más en la chaqueta. Deseé poder sumergirme en ella y huir de la realidad que me aplastaba.

La recepcionista se acercó a nosotros y nos indicó que pasáramos en la consulta. Kaiden me dio un apretón en señal de apoyo antes de que entráramos. El hombre nos saludó.

—Samantha Raid, ¿verdad? Usted es la dueña del pájaro, Elvis.

Contuve las ganas de corregirle. Yo no era dueña de nadie. Nos extendió una radiografía.

—Verá, hemos hecho una radiografía del cuerpo de todo el pájaro. Una de las alas mostraba una lesión anterior mal curada. Y como puede ver aquí —señaló con el bolígrafo un punto en concreto— es ahí donde el golpe ha hecho que el hueso se resienta y se parta.

Estuve a punto de caerme de la silla.

—¿Está roto? ¿No podrá volar?

Por culpa de esa lesión no podía volar distancias largas. Así que eso significaba que... Los ojos se me volvieron a empañar.

—Podría volver a hacerlo. De forma limitada. Con una buena recuperación mejoraría bastante. Habría que anestesiarla, soldarle el hueso e inmovilizarlo durante un tiempo.

—¿Pero volará?

—Si, volará.

—Entonces hacedlo.

No podía quitarle a Elvis la oportunidad de volar. No era justo para ella.

—Verá, la operación requerirá anestesia general. Puede resultar... peligrosa, hay cierto riesgo de que el ave no despierte de ella. Quizás necesites un poco de tiempo para pensarlo.

Fue como un golpe que me dejó sin respiración. Ya había creído muerta a Elvis una vez, ¿y ahora tenía que aceptar que volvería a ocurrir?

Pero la otra opción era no dejar que un pájaro volviera a volar. Que Elvis estuviera eternamente atrapada en el suelo. No podía hacerle eso. Por mucho que me doliera aceptar esa posibilidad; no podía ser egoísta en esta decisión.

—No necesito pensarlo. Hacedlo.

—En ese caso tendrá que firmar estos documentos. Procederemos cuanto antes.

Los firmé sin darle más vueltas, ante la atenta mirada de Kaiden.

—Serán una o dos horas. Le avisaremos cuando el procedimiento haya terminado.

—Me quedo aquí esperando.

—Como desee.

Cuando volvimos a la sala de espera dejé de intentar contener las lágrimas. No podía dejar de pensar en la primera vez que la había visto, tan pequeñita, con apenas un par de plumas. Me miró con sus ojos enormes y me dio la sensación de que por primera vez en toda mi vida, alguien era capaz de verme tal y como era.

Me gustaba creer que había terminado en el alfeizar de mi ventana porque estábamos destinadas a terminar juntas, a sobrevivir.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora