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01 de enero de 1976

Finalmente, después de unos segundos, me separe de Sirius.

 —¿Qué te ha pasado, Petunia?— me preguntó preocupado a lo que yo solo negue con la cabeza agachada, suficiente había tenido con la humillación de que me viera llorar como para decirle la razón. Él levanto mi rostro desde mi mentón obligandome a mirarle a los ojos. —¿Por qué no hablarlo conmigo?— esta vez, su pregunta quebró algo en mí, ver sus ojos preocupados, casi suplicantes por saber que pasa, solo me afecto para sentirme molesta con él.

—¿Podrías dejar de ser un entrometido? ¡Estoy harta de que solo estes intentando saber cosas que ni siquiera te incumben! Dejame en paz, ¡maldita sea! ¡He sido una terrible persona contigo para que siquiera me consideres tu amiga!— Mientras le gritaba, nuevamente, las lagrimas se hicieron presentes —No merezco que estes aquí, me merezco lo que me hizo... pero aun así duele...

Y con eso me deje caer en el piso ante la mirada atónita de Sirius Black

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Sirius Black conoció una faceta nueva de Petunia, una que no le gustó, odió verla tan dolida, que aunque ella se mostrará vulnerable frente a él podría significar un avance, prefería que jamás hubiese sido de aquel modo. Parecierá que cuando se trataba de la mayor de los Evans el podía actuar como un ser humano decente y racional, no solo que el adolescente engreido y tonto que es usualmente.

 Ese día ninguno de los dos dijo más palabras, pero el chico se mantuvo con ella hasta el final, acompañandola en silencio mientras ella sacaba todo lo que sentía, hasta que se sintiera satisfecha. Cuando eso pasó, ella simplemente entro a la casa, evitando pasar frente a la sala donde se encontraban todos y se encerro en su cuarto, solo salió para despedir a los Potter y compañia... Nadie, salvo Sirius Black se había dado por enterados de que ella había salido solo para regresar hecha un mar de llanto.

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Sábado 14 de Febrero de 1976

Petunia había pasado sus días en un especie de piloto automático, la salud de su madre parecía decaer cada vez más rápido desde que Harrison falleció, lo cual la tenía preocupada, pero no quería alarmarse, los médicos le habían dicho que solo necesitaban ajustar su medicación y sus actividades, es decir, debía guardar más resposo.

En cuanto a cualquier cosa que le hubiese dado el pelinegro, siendo unicamente las cartas, mismas que cuando les dió una segunda leída, solo fue para torturarse a sí misma. Lo único que conservo para su uso cotidiano que aquel hermoso separador que le dio en su primera navidad con los Evans. Aun le dolia demasiado, porque pudo ser todo falso, pero sus sentimientos eran reales, pero lo que más le desesperaba es que aun lo quería y se preocupaba por él. A grandes rasgos conocía de su situación, en un par de ocasiones visitó a la madre de Severus y con eso fue suficiente para darse cuenta que vivía una vida dificil, pero él, al igual que su madre, parecían demasiado orgullosos para aceptar ayuda.

Sobra decir que en ocasiones Petunia tenía días malos en los que lloraba por todo lo que había pasado. Algo que le ayudó mucho fue seguir practicando y comenzar a pagar aquel hermoso cuadro que en ocasiones Geraldine admira con adoración. El chico, resulto vivir en la calle siguiente a la casa Evans, por lo que fue fácil que cada sábado el jóven Damian Brown fuese a ensayar con Petunia, aun cuando ya lo hacían los miercoles y viernes por la tarde después de clases en la sala de música.

Cuando el chico la fue conociendo se le hizo alguien agradable, la convivencia hizo que se sintiera atraido por ella, por lo que siendo un poco más audaz, esta vez, antes de llegar a su casa para las lecciones, le pidió un consejo a su padre sobre como agradarle a una chica:

Petunia... Dursley? JAMÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora