Capítulo 35

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Pov Teresa

Despierto lentamente, con la blancura de la habitación de hospital inundando mis sentidos. Mis ojos se ajustan a la luz y mi mente comienza a comprender mi entorno. Una sensación de confusión se mezcla con la claridad gradual de la conciencia. La frialdad de las sábanas hospitalarias contrasta con el calor de mi propia piel. Al alzar la mano hacia mi rostro, siento un respirador.

Mi mirada se desliza por la habitación, registrando cada detalle: las luces fluorescentes que iluminan el espacio, los monitores parpadeantes que transmiten datos vitales, el suero que se infiltra en mi brazo, una conexión vital en medio de la incertidumbre. Una oleada de preocupación se apodera de mí cuando mi mente se enfoca en mi vientre, en la vida que crece dentro de mí. La necesidad de saber si mi bebé está bien se convierte en una urgencia abrumadora.

Los recuerdos comienzan a aflorar, como imágenes dispersas en mi mente nebulosa. La pelea con Arturo surge como una tormenta en mi memoria, los gritos, las lágrimas, el dolor emocional que sentía regresa a mí rápidamente.

Toco con cuidado mi vientre, un sentimiento de alivio inunda mi ser al percibir que todo parece estar bien con mi bebé. Un suspiro escapa de mis labios, liberando la tensión acumulada en mi pecho. Con determinación, retiro el suero que atraviesa mi vena.

En ese preciso momento, el umbral de la habitación se traspasa con la entrada del médico, seguido de cerca por Arturo. Mi atención se centra de inmediato en él, un torbellino de emociones se agita en mi interior al encontrarme con su mirada. Un nudo se forma en mi garganta al verlo, y la frialdad en sus ojos me hiela el alma. Es como si la distancia emocional entre nosotros se volviera tangible en ese instante. La intensidad de su mirada me paraliza, como si el tiempo se detuviera a nuestro alrededor, dejándonos atrapados en un momento de silenciosa confrontación.

El peso del amor que siento por él se hace sentir con una fuerza abrumadora, llenando mi corazón de una mezcla compleja de ternura y dolor. Mis ojos se aferran a los suyos, buscando desesperadamente algún indicio de comprensión o empatía en su mirada fría y distante. Aunque me duela verlo así, y sé que es por mi culpa nunca he deseado causarle sufrimiento.

El doctor rompe el silencio y comienza hablar.
—Sufriste un desmayo por estrés, todo está
muy bien con tu bebé, no hay nada fuera de lo común, pero tienes que mantener un descanso sumamente estricto. Nada de alteraciones, recuerda que estás en tu último mes de embarazo.

—Si doctor. Respondo

Él asiente —Ya pueden irse. Responde y sale de la habitación. Me quedo sola con Arturo y él sin decir nada se acerca a mí y me ayuda con el suero. Lo miro pero el evade mi mirada.

Una hora después de regresar a casa, agotada y abrumada por las emociones, me dirijo hacia mi habitación. Al entrar al baño, una avalancha de tristeza me golpea con fuerza. A pesar de mi embarazo, intento contener el estrés, pero las lágrimas brotan incontrolables. Me cambio rápidamente a mi pijama y salgo al cuarto, solo para notar la ausencia de Arturo. Decido acostarme, tratando de encontrar algo de consuelo en la cama vacía. Minutos más tarde, Arturo entra y, sin dirigirme una mirada, se dirige directamente a su clóset en silencio. Su prisa por salir de la habitación es evidente. La sensación de rechazo me invade, y las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas mientras suelto un suspiro cargado de frustración y soledad.

Tomando una decisión impulsiva, me levanto de la cama y me encamino directamente hacia el cuarto de visitas. Al entrar, lo veo recostado sin camisa, vistiendo solo un pantalón de pijama. Nuestros ojos se encuentran, pero su mirada es fría, distante. Me acerco, buscando algún indicio de conexión, pero él frunce el ceño al verme. —¿Qué haces aquí, Teresa? Deberías estar descansando, me dice con tono cortante, sus palabras perforan el aire, cargadas de indiferencia y desapego.

—Por favor, amor, perdóname, le suplico entre sollozos, buscando desesperadamente su perdón.

—Teresa. Ve a descansar. Mañana hablaremos. Recuerda que tienes que cuidarte por el bienestar de la bebé, responde Arturo con firmeza, recordándome mis responsabilidades durante el embarazo.

—Nuestra bebé, Arturo. Es tu hija, a pesar de tus dudas infundadas, replico, herida por sus sospechas.

—Esas dudas existen por tu deslealtad, acusa, dejándome en un confuso silencio.

En un arrebato, me encuentro buscando consuelo en sus labios, esperando que el beso apacigüe la tormenta emocional que nos envuelve. Arturo corresponde con ferocidad, su lengua se entrelaza con la mía en un baile desesperado. Cierro los ojos, dejándome llevar por la intensidad del momento, pero su agarre se vuelve brusco,. Me subo a su regazo, buscando aferrarme a él, anhelando que ese instante de pasión nos una de nuevo. Sin embargo, en un abrupto giro, me aparta con frialdad.

—Esto se acabó, Teresa. Vete a la habitación, sentencia con dureza, y su mirada cortante me hiere más que sus palabras. Decido no prolongar la humillación. Aunque lo amo con toda mi alma, sé que debo preservar mi dignidad. Si no puedo encontrar comprensión y perdón en este momento, luego buscaré la manera de cómo hacerlo. Porque entre ser y no ser yo soy.

Salgo de la habitación rápidamente y me acuesto en mi cama, me aferro a una almohada y las lágrimas comienzan a salir.

Teresa 2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora