Capitulo 40

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Contemplo con amor el rostro angelical de Estrella mientras me preparo para amamantarla. Con cuidado, acerco mi pecho a su boquita y ella lo toma con ansiedad, buscando con instinto la alimentación que necesita. Un pequeño gemido de dolor escapa de mis labios cuando siento su fuerte succión, y muerdo mi labio inferior en un intento por disimular la molestia.

El dolor, aunque es un poco intenso es soportable. A pesar de ello, me concentro en el rostro de mi bebé, y mi corazón se llena de alegría al ver cómo sus ojos se abren con curiosidad y satisfacción al recibir la leche.

Una risita involuntaria escapa de mis labios al observarla, y no puedo evitar pensar en lo voraz que es, igual que el papá, acaricio su pequeña nariz y prácticamente se parece más a su papá que a mi.

Después de unos minutos, retiro suavemente mi pecho de la boca de Estrella y la miro directamente a los ojos. Encuentro su mirada curiosa mientras ella succiona su dedito con tranquilidad, y por un instante, nos quedamos inmersas en un silencio reconfortante.

Sin embargo, ese momento de paz se ve interrumpido cuando veo cómo su carita se arruga y sus labios se curvan en una mueca de dolor antes de que un llanto desgarrador rompa el aire de la habitación. El sonido agudo de su llanto llena mis oídos, haciéndome sentir un nudo en el estómago, odio cuando los niños lloran.

Intento calmarla, acunándola con ternura en mis brazos y murmurando palabras de consuelo, pero nada parece detener su llanto. La desesperación comienza a apoderarse de mí cuando veo que no logro calmarla, pero la voz serena de la enfermera me saca de mi angustia.

—Tranquila, solo necesitas ayudarla a eructar —me dice con calma mientras se acerca para tomar a Estrella de mis brazos.

Con manos expertas, la enfermera coloca a Estrella sobre su pecho y le da palmaditas suaves en la espalda. Poco a poco, el llanto desesperado de mi pequeña se transforma en sollozos intermitentes y, finalmente, en un silencio tranquilo. Observo con alivio cómo la tranquilidad vuelve a la habitación.

Pov Arturo

Con los resultados de la prueba de paternidad en mis manos, siento que el peso de la ansiedad se hace casi insoportable. La incertidumbre de no saber si Estrella es realmente mi hija o no me consume por dentro, dejándome con un nudo en el estómago y el corazón latiendo a mil por hora. Mis manos tiemblan ligeramente mientras sostengo el sobre que contiene la respuesta que tanto he esperado.

Decido retirarme del hospital y buscar un momento de privacidad en mi auto antes de abrir el papel que determinará mi destino. Con manos temblorosas, abro el sobre con cuidado y leo las palabras impresas con ansiedad. Un suspiro de alivio escapa de mis labios cuando mis ojos se posan en la confirmación que tanto anhelaba: Estrella es mi hija.

Un torrente de emociones me embarga de inmediato. Por un lado, siento una felicidad abrumadora al saber que la pequeña que acabo de conocer es realmente parte de mí, que compartimos un vínculo de sangre que nunca podrá ser roto. Sin embargo, también me embarga un sentimiento de culpa y tristeza al recordar los momentos de duda y temor que pasaron por mi mente.

Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, mezclando la alegría y el alivio con el remordimiento por haber siquiera considerado la posibilidad de que Estrella no fuera mi hija. En medio de esta montaña rusa de emociones, me doy cuenta de lo afortunado que soy por tenerla en mi vida, y prometo hacer todo lo posible para ser el mejor padre.

Decido regresar al hospital camino a paso rápido por los pasillos del hospital, tan absorto en mis pensamientos que ni siquiera me percato de la presencia de alguien frente a mí hasta que choco contra él. Levanto la mirada y me encuentro con el rostro sorprendido de Mariano, quien me saluda con un fuerte apretón de manos.

—Arturo, qué sorpresa verte, que haces aquí? exclama Mariano, claramente intrigado por mi presencia en el hospital.

—Ayer Teresa dio a luz, le informo, y veo cómo su expresión se transforma en una mezcla de sorpresa y alegría genuina.

—¿En serio? ¡Felicidades, Arturo! Me alegra ver que las cosas están yendo bien entre tú y ella.

—Gracias, Mariano, si, gracias a Dios todo salió bien. Teresa y la bebé están perfectamente bien.

—¡Qué alegría escuchar eso!

—Debo irme, hoy dan de alta a Teresa.

—Sí, claro, entiendo. Cuídate.

—Gracias por tus buenos deseos —le digo mientras nos despedimos con un fuerte abrazo.

Sigo caminando a paso rápido, llego a la habitación y al entrar miro a Teresa con nuestra hija en brazos. Le está acariciando su mejilla. La imagen que estoy viendo me genera una tremenda ternura.

Me acerco a ella y Teresa me mira directamente a los ojos, estos están con un brillo muy bonito, me acerco más y veo como mi hija está chupando uno de sus deditos en sus brazos, la analizo más de cerca y me quedo maravillado lo hermosa que es, tiene los mis ojos de Teresa, su pelo es rubio. —Quieres cargarla, me pregunta Teresa y yo simplemente asiento. Ella se levanta un poco y la pone en mi brazos.

Quedo completamente encantado al verla, es tan bonita —¿Todavía dudas de que es tu hija? —Dice Teresa, su mirada fija en la mía. La simple pregunta me deja sorprendido , y siento un nudo en el estómago mientras trato de procesar lo que acabo de escuchar. Sin embargo, antes de que pueda articular una respuesta, decido decir la verdad.

—Ayer hice la prueba de ADN y hoy me dieron los resultados. Teresa me mira y su ceño se frunce al instante, la consigo también que sé que está sumamente enojada.

La tensión en la habitación se hace palpable mientras espero su reacción, consciente de que mi confesión ha desatado una tormenta de emociones dentro de ella.

—Que mierda Arturo, como te atreves hacer eso sin ni siquiera decirme o informarme. Dice casi gritando la miro y solo la ignoro, ella sigue y sigue reprochándome lo que hice.

Yo simplemente sigo viendo a estrella y le acaricio su mejilla, Teresa sigue murmurando y decido por fin hablar.

—Ya Teresa, estuvo mal lo que hice porque no te informé, pero te recuerdo que tú lo pusiste en el mensaje que me mandaste, todo esto es tu culpa por no decirme las cosas y no confiar en mí, ahora estás son las consecuencias y que tenga la certeza de que estrella es mi hija no significa que tú yo yo regresaremos.

Ella me mira aún más enojada y cruza sus brazos.

—Vete al diablo, yo tampoco ya no quiero estar contigo.

—Que bueno es lo mejor para ambos. Ella me mira y voltea los ojos, la enfermera entra y trae unos papeles para firmarlos.

Teresa 2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora