Nervios dispares

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Stephanie dejó a su tío en la cocina preparando la cena. La chica se fue al baño a ducharse. Mientras estaba desnuda esperando a que el agua saliera caliente, se observaba en el espejo. Su cuerpo no le gustaba, lo único bonito de ella era su cintura marcada. El comentario que le dijo Sportacus sobre su vestido la hizo sentir sucia, más bien, se sintió mal. Stephanie se daba asco a sí misma por haberse dejado manosear por un hombre tan mayor como Sportacus.

¿Qué rayos acababa de hacer con Sportacus? Podría ser mi padre y me he dejado manosear por un hombre al que admiro por su bondad en hacer las cosas y en ayudar a los demás.

Stephanie se tocaba el pelo, aunque le dio repugnancia aquella situación con el héroe, sintió que en su zona íntima estaba húmeda.

Se miró con deseo al igual que hizo Sportacus cuando ambos estaban solos en la cocina. Puso sus manos sobre el lavadero de manos, se incorporó tocando sus pechos sobre el helado mueble. La pelorosa separó sus piernas, se observaba en el espejo y pensaba en él y en cómo actuaría si la viera desnuda.

Stephanie dejó de pensar en aquello y se metió en la ducha.

- ¡JODER!

Se escucharon unos pasos a toda velocidad.

- ¡¿Qué te ocurre Stephanie?! - el alcalde se había alterado - ¡¿Estás bien?!

- Pensaba que me salía el agua caliente, pero está congelada.

- Creo que se ha roto el calentador, voy a avisar a Sportacus.

Stephanie salió de la ducha y se puso el albornoz rosado que tenía. Lo último que quería en su día eterno, era ver de nuevo al héroe.

Sportacus tardó unos veinte minutos en arreglar el calentador. El artefacto tenía sus años y la batería se había agotado. Afortunadamente, el hombre tenía una de repuesto. La cambió y al abrir el grifo, el agua salía caliente.

- Arreglado, alcalde. —Dijo Sportacus guardando las herramientas en su caja.

- Perfecto, voy a decírselo a Stephanie.

El alcalde se fue a la habitación de su sobrina para contarle la buena noticia.

Sportacus, al salir de la cocina, observó la figura de Stephanie de camino al cuarto de baño. Su albornoz rosado le hacía un cuerpo de escándalo. Él, con disimulo, la miró de reojo porque venía el alcalde hablando con ella. Sportacus le dio la mano a Milford y se marchó de su casa.

De camino a la nave, Sportacus con su caja de herramientas levantó la mano y antes de pronunciar la palabra escalera sintió una tristeza inmensa en su interior. Bajo la mano y miro el cielo el cual se estaba ennegreciendo con algunos rayos del sol en aquel fondo gris. Una mezcla de colores rosados y anaranjados había en el cielo, por el oeste de la ciudad.

De pronto, el héroe sintió un pinchazo en su corazón y acto seguido, la nariz empezó a sangrar.

- ¡ESCALERA!

Con un grito casi ahogado, la escalera salió de la nave y, de forma automática, Sportacus subió a ella.

El héroe se sintió cansado, algo no iba bien en su interior.

Sportphanie IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora