Medianoche en Wakylï

14 2 1
                                    

Era medianoche. Una noche tranquila en Lazytown. Apenas habían gatos maullando. De vez en cuando, el viento golpeaba suavemente las hojas de los árboles y estas caían al suelo.
El viento era suave. La tranquilidad culminaba la noche.

A las afueras de la ciudad, en la antigua estación de tren, Wakylï, llegó el ferroviario. Del vagón número cuatro una chica con el pelo corto marrón, diadema roja y un vestido rojo pastel al igual que sus calzas y zapatillas bajó con unas maletas.

Ando unos pocos metros hasta llegar a la fuente que había para beber. Su equipaje lo dejó a un lado, pulso el botón para que el agua saliera en un pequeño chorro y empezó a beber.

- ¿Se puede decir que llevo años sin verte?

La chica se alejó de unos centímetros del agua, levantó la vista y delante suya, Stingy apareció entre las sombras con el rostro serio y mordiéndose el labio superior con una pizca de rabia y desacuerdo ante la visitante.

- Hola Stingy - respondió ella -, han pasado diez años desde la última vez que nos vimos en Punta Cana. ¿Recuerdas las medusas y el agua cristalizada que había en la playa? Qué bonito lugar.

Stingy suspiró fuertemente por la nariz. En su interior, odiaba aquella chica. La joven terminó de beber y abrazó al pijo.

- ¿Sigues siendo igual de frío?

- ¿Te respondes tu misma?

La chica del pelo castaño sonrió pellizcando los mofletes del chico.

- Eres igual de adorable y gruñón que cuando tenías cinco años - la chica dejó de pellizcar los mofletes de Stingy y cogió su equipaje -. ¿Está muy lejos tu casa?

- A media hora en coche - respondió el pijo -, Wakylï se encuentra a las afueras de Lazytown.

- ¿Wakylï? - arqueó una ceja la joven - que nombre más absurdo para una estación tan anticuada.

- Lo sé, el verano pasado cumplió sesenta años y me sorprende que todavía funcione el ferroviario. En cuanto a su nombre, eso es cosa del alcalde.

Wakylï era la única estación de trenes que había en Lazytown. Aquella estación cumplió sesenta años y el alcalde tuvo que dar su interminable discurso. Tenía tanta suciedad y años aquella estación que las ratas, de vez en cuando, surgían a la luz fría de las pocas lámparas del techo.

Ambos se marchaban de la anticuada estación. El coche de Stingy estaba aparcado a unos cinco minutos andando.

- No ha cambiado nada, ¿no?

- Si te refieres a la ciudad, sigue habiendo la misma porquería de siempre. Lo único que cambia...

Stingy pensó en Sportacus, trago saliva y continuo con la frase.

- Lo único que ha cambiado ha sido la incorporación de las fiestas de Lazytown.

- ¿Lazytown celebra algo?

La chica se sorprendió por aquel dato.

- Hace seis años que se celebran unas fiestas a nivel local - dijo Stingy mientras carraspeó por pensar en el héroe -. A mis amigos les gusta.

- ¿Y a tu novia?

- No tengo.

- ¿Y novio?

- No soy gay, Merodee.

- Siempre pensé que lo eras, pero con lo impredecible que eres nunca he sabido cuál ha sido tu orientación sexual.

- Me gustan las chicas - Stingy empezaba a mosquearse -, pero las que hay en mi instituto son aburridas y estúpidas. Hablan de acostarse con muchos varones, de hacer tríos o probar a mantener relaciones con los de su propio sexo. A mí no me gusta eso, lo detesto. Sucede lo mismo con los tíos, pero ellos van de mafiosos y les falta calle.

- ¿Acaso tu tienes calle?

- Me he metido en unas cuantas peleas callejeras. Sé de primera mano lo que es una navaja, que corra la sangre y las risas de por medio. ¿Quieres que siga?

- No - respondió Dee con las maletas delante suya esperando a que Stingy abriera el maletero -, siempre tuviste agallas para enfrentarte al mundo.

- Al fin y al cabo es lo único que me queda, agallas.

La última palabra en pronunciar Stingy resonó entre la oscuridad de la noche. Había luz, pero iluminaba muy poco. Ambos se metieron en el vehículo dejando atrás la estación.

Sportphanie IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora