Capítulo 37: si no quieres que cometa una locura

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Jordan

Creo que nunca en la vida me había sentido tan impotente. Mi sangre hervía, mis dientes dolían de apretarlos. No podía creer como alguien podía ser tan obvio como lo estaba siendo el imbécil de Chris en ese momento. Quiero decir, actuaba como si quisiera comerse a Lydia con los ojos. Por ratos miraba hacia delante, tratando de mantener la calma, pero se me hacía cada vez más difícil. Parecía que iba a explotar. 
La entrevista había pasado a segundo plano.
Las manitas de Lydia estaban cruzadas sobre sus rodillas y trazaban círculos alrededor de estas. Por turnos, su mano derecha se colaba por detrás y pellizcaba su brazo.  Tragaba grueso mientras que el idiota de su lado continuaba con la mano sobre el respaldo de las sillas tras ella. Juro que por un segundo imaginé que había levantado un dedo para acariciar su espalda.
<<Bien, se acabó>> pensé. Estaba dispuesto a romper la cabeza de aquel idiota contra el suelo.
Justo en el momento en que fui a ponerme de pie una voz gritó:
—¡Corten! —el director había indicado el final de la entrevista.
No me había percatado de lo que ocurría a mi alrededor. No escuchaba, no veía, lo único que quería era sacar a Lydia de ahí lo más pronto posible. O matar a Chris, cualquiera serviría.
Sin mirar a nadie, no me importaba quien se diera cuenta de que iba directo hasta ella, la tomé del brazo haciendo que se levantara.
Me abrió los ojos y trató de zafarse de mi mano, pero no la dejé.
—J, por favor —suplicó al ver que muchas de las miradas estaban en nosotros.
—Vale —la liberé —. Pero te doy cinco minutos para que me sigas.
—Pero… —trató de decir.
—Si no quieres que cometa una locura —la corté.
En el camino hacia la salida, le lancé una mirada asesina a Chris, que se había quedado mirando la escena.
Bien, que se diera cuenta de lo que pasaba.

Me escurrí dentro del coche, encendí el motor, quité el seguro y me acomodé en el asiento. Unos minutos después ella estaba de pie allí. Su estatura diminuta me daba una ternura que casi me hacía olvidar mi enojo.
—Vámonos, antes de que los guardaespaldas se den cuenta de mi huida.
Ella obedeció y se sentó a mi lado. Comencé a conducir.
Llevábamos unos minutos en silencio, pero no podía definir si era incómodo o relajante.
—¿Qué fue eso? —preguntó al fin —. No podías ser más obvio.
—¿Obvio yo? —repliqué molesto —. ¿Era yo quien te tocaba cada vez que tenía oportunidad? ¿O era yo mirándote como si fueses un pedazo de carne?
Ella pasó la lengua por su labio inferior, apoyó la cabeza en la ventanilla y con su mano derecha tocó la parte trasera de su brazo izquierdo. 
Cuando estuvimos alejados del tráfico detuve el auto y aparqué en la primera esquina que vi. Tiré de su brazo, girándolo de manera que me diera completa visión de los hematomas que se había provocado de pellizcárselo. Mis labios aterrizaron sobre estos. Deseaba calmar su dolor.
Ella me miró sorprendida, pero no retiró el brazo. Se sonrojó, y fue lo más tierno que había visto en mi vida.  Poco a poco pude ver el cambio de su expresión a una de alivio.
—No te imaginas cuánto te quiero —dije mientras aún besaba sus lesiones.

La lluvia se ha detenidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora