Capítulo 55: Confesiones

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Lydia

La lluvia se hacía más intensa por minutos. Los ventanales de cristal se veían empañados por la humedad. El escenario era hermoso desde dentro. Quería que Jordan estuviese allí conmigo.
Pero él aún estaba fuera y me estaba comenzando a aburrir. Fui hasta la estantería buscando algún libro que llamara mi atención. Hallé “De amor y de sombra” de Isabel Allende. También vi “Los cinco cerditos” de Agatha Christie y me decidí por el segundo. Siempre amé las novelas policíacas.
Comencé mi experiencia extraterritorial, y viajé a otro universo por unas horas. Estaba tan ensimismada con la increíble trama del libro, que perdí la noción del tiempo. Cuando Jordan entró apenas lo noté. Me besó el cuello por detrás. Sus labios, rostro y cabello estaban mojados. Su ropa destilaba agua por toda la habitación.
—Has hecho un desastre —le regañé tomando su cabeza y apoyándola sobre mi hombro.
—Lo siento. Voy a ducharme —me besó en la mejilla.
Se apartó, quedándose de pie. Lo miré de soslayo.
—¿Me dejarás bañarme solo? —dijo haciendo pucheros.
—Sí, como castigo por dejarme sola.
—Podemos recuperar el tiempo perdido —dijo tirando de mi mano.
—Ya lo creo. Eres muy bueno convenciendo a la gente ¿sabes?
—Lo sé…soy irresistible.
Pasé mi mano por sus hombros, estaba helado, en contraste con mi piel caliente por las mantas que me cubrían segundos atrás.

Mi espalda chocó con el azulejo en la pared de la ducha, un Jordan desesperado, me besaba. Sus manos bajaban por mis nalgas, cintura y espalda. Levantó una de mis piernas e introdujo su erección en mí. Mis uñas dejaban marcas en su espalda. La ducha caliente caía incesante y nos hacía disfrutar más la situación. 
Me giró hasta hacerme quedar de frente a la pared, apoyó una de mis manos sobre esta, cubriéndola con la suya propia y me inclinó hacia delante. Volvió a entrar en mí con más fuerza que antes. Sus embestidas me hacían querer llorar y gritar de placer a la vez. Porque dolía un poco aún, a pesar de que lo habíamos hecho muchas veces, no terminaba de acostumbrarme. Su mano libre sostenía con posesión mi cadera. Me gustaba la forma en que esos pequeños detalles dominantes me excitaban de sobremanera. Sentí sus dientes clavarse en mi espalda, mientras continuaba el vaivén de sus caderas. Sus jadeos eran lo más sexi que había escuchado en mi vida. La posición y sus movimientos incesantes eran lo mejor que había sentido en mi vida. Ya no podría detener mi orgasmo. Con mi voz temblorosa se lo hice saber. Mis piernas temblaron luego de terminar, de no ser porque él me sostuvo, hubiese caído. Las sensaciones increíbles que atravesaron mi cuerpo serían indescriptibles. Él también se corrió unos segundos después. Esparciendo su esencia sobre mi espalda.
Mientras nos duchábamos, no pude evitar decir lo que tenía en mente desde hacía tiempo.
—Nunca me voy a cansar de esto —sin importar lo que pudiese significar una confesión así.
—Eso espero. Porque yo tampoco — respondió. Se colocó de espaldas y rodeé con mis manos su cintura. Le di un beso en esta, expectante de lo que querría hacer —. Supongo que ahora sí puedes disfrutar de esto.
Lo miré sorprendida.
—¿A qué te refieres?
Él sonrió petulante.
—La vez que te drogaron ¿recuerdas? — asentí —pues cuando te bañaba hiciste algo así. Me besaste y dijiste que era una lástima no poder disfrutarme.
Rápidamente me separé de él y lo golpeé.
—Eso es mentira. Jamás diría algo así.
—Sobria no, pero al parecer tu deseo por mí no es de ahora. Admítelo ya, nana. Y también admite las veces que te quedabas detrás solo para mirarme mejor.
—Eso jamás pasó. No debía haberte dicho nada. Ahora tu ego debe estar en una nube.
—Como quieras, pero yo sí sé la verdad… —se acercó para tomar mi rostro entre sus manos. Mis labios estaban fruncidos fingiendo molestia.
—Tengo miedo —confesé —. Temo que me hagas daño, por todo. Empezando por tu reputación y terminando por las implicaciones que lleva salir con una celebridad. Yo… —antes de que pudiera continuar tomó mi rostro entre sus manos y me besó.
—Jamás te haría algo así, no permitiría que nada nos separara. Soy tuyo, completamente. Te juro que es lo más sincero que he sido con una mujer en mi vida.
Y me relajé entre sus brazos.

Dos horas después estábamos en el comedor, cenando lo que había preparado en la tarde. Jordan solo había cortado los vegetales, pero como un niño pequeño debía celebrar su hazaña.
—Es más difícil de lo que crees —dijo mientras yo cortaba la carne.
—Sí, por supuesto. La lechuga suele ser muy complicada de cortar —añadí con sarcasmo.
Terminamos de cenar y Jordan se brindó para limpiar toda la cocina. Encendí la televisión para entretenerme en algo. Aunque al parecer alguien tenía otros planes. Jordan se acercó y me dio un espejo.
—Mírate aquí —dijo y obedecí.
—Nada que no haya visto antes.
—¿Y ahora? —inquirió, colocando en mi cuello una cadena de plata.
Me sobresalté y comencé a reír como una niña. Dejé el espejo a un lado y lo tomé por el rostro tirando de él para que cayera a mi lado sobre el sofá.
—¿Ves los números que tiene aquí? — preguntó señalando una inscripción que tenía por detrás el pequeño corazón de plata. Asentí —. Es el día que nos perdimos en el bosque.
—¿En serio? ¿Qué tiene de especial ese día? Porque si mal no recuerdo fue uno de los peores.
—No para mí. Fue la primera vez que confesaste que te gustaba. Para mí significó el principio de aceptar mis sentimientos hacia ti. Ese día decidí que lucharía por ti, sin importarme nada más.
Sonreí, mordiéndome el labio inferior, observando con detenimiento la cadena.
—¿Quieres decir que me amas?
—Más de lo que te imaginas. Mis sentimientos no han cambiado desde aquella noche en el aeropuerto. Y ¿tú? ¿Qué sientes por mí?
Bajé la mirada y tragué grueso.
—Te amo tanto que ni yo misma sabría explicarte. Supongo que lo hago desde hace tiempo, aunque era muy cobarde para aceptarlo. ¿Me perdonas por todo?

Él sonrió asintiendo.

Horas después estábamos sentados en los asientos del balcón, desnudos, envueltos en un enorme edredón. Al parecer la ropa ya no era necesaria en lo absoluto mientras estuviésemos aquí. La espalda de J estaba apoyada a la silla, yo con mi cabeza apoyada en su pecho y ambos mirábamos las luces desaparecer tras el lago.
—No debes pensar así —me consoló —.  Deberías estar orgullosa de todo lo que has conseguido. Solo tienes veintiséis años y estas en la cúspide de tu carrera, además de todo el respeto y la admiración que recibes. Básicamente tienes lo que muchos pasan su vida intentando conseguir.
—Sí, lo sé. Es solo que siento que no he sido fiel a mí misma nunca.
Él se acomodó de forma que podía ver su expresión extrañada.
—Siempre he sido de las que piensa cien veces las cosas antes de tomar una decisión. Mis sentimientos se quedan al final. Y casi siempre cuando me decido ya la opción no está disponible. Así había sido hasta que llegaste tú… —él levantó las cejas sorprendido. Yo seguí tratando de explicarme —. Todo cambió. No pienso, simplemente lo hago. Será porque temo que lo correcto no sea lo que quiero. Por primera vez lo que siento va primero.
Sonrió satisfecho.

La lluvia se ha detenidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora