Capítulo 50: No me hagas arrepentirme

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Jordan

Llegamos a la Cabaña dando zancadas como si fuésemos dos críos. Estaba comenzando a llover y ninguno quería enfermarse. Entramos y dejamos nuestros zapatos en la puerta. Ambos estábamos un poco más ebrios de lo que debíamos. A trompicones busqué la luz y presioné el interruptor. Lydia se dejó caer en la cama y lanzó lejos sus zapatos. Me derrumbé en el sofá, todo me daba vueltas.
—Jordan —me llamó débilmente desde su lugar —. ¿Por qué estás allí? 
Sonreí para mí.
—Me dijiste que durmiera aquí.
—¿Y desde cuándo eres tan obediente, niñato? Ven aquí.
Me coloqué de pie como pude. Ella estaba acostada de lado, de frente al lugar vacío de la cama. Me acosté a su lado, quedando de frente a ella. Pasé mi brazo sobre su cintura y la atraje hacia mí.
—No podría decirte la cantidad de veces que he soñado con esto —confesé trazando círculos en su cintura. Ella sonrió y se pegó a mi pecho.
—No me hagas arrepentirme, por favor.
—No lo harás.

Al día siguiente decidimos salir al pueblo de compras. Necesitábamos comida y otros útiles para sobrevivir la semana completa. Cuando regresamos había comenzado a llover muy fuerte. Por suerte Lydia empacó una sombrilla y logramos cubrirnos.
Ella se dedicó a preparar el almuerzo, mientras yo encendía la calefacción. Teníamos planeado dar un pequeño recorrido por todo el lugar, pero la lluvia decidió que no. Luego del almuerzo nos pusimos a decidir qué hacer para pasar el tiempo.
Traje un tablero de ajedrez y lo coloqué sobre la mesa. Ella apartó su teléfono a un lado.
—¿En serio? Es un juego de pensar y eso no es precisamente lo tuyo.
—Mejor así, si ganas puedes ponerme un castigo —propuse coqueto, levantando la ceja.
—Está bien ¿Qué tipo de castigo?
—Tienes tiempo para pensar en algo mientras jugamos —ella asintió mordiéndose el labio inferior.
Nos hipnotizamos en el juego, luego de treinta minutos de un sangriento combate finalmente terminó. Lo más chistoso es que ella ni siquiera sospechaba que fui el presidente del club de ajedrez durante mis años de instituto. Por lo tanto, era muy, muy bueno.
—Jaque mate, princesa —le restregué orgulloso —. Parece que sí hay una algo en lo que puedo vencerte. 
Ella hizo un mohín y asintió con pesar.
—Bien, supongo que te subestimé. Tú decides el castigo.
Miré hacia afuera, la lluvia había cesado y el lago se veía tan hermoso y sereno que no pude evitar soltar lo que estaba pensando.
—Quiero que te sumerjas en el lago —sus ojos se abrieron como platos —. Durante cinco minutos —frunció el ceño, mirándome como si estuviera loco.
Ella se puso de pie, mirándome retadora.
—Lo haré, si eso es lo que quieres.
—Lo quiero.

La lluvia se ha detenidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora