Parte 54

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Madrid, martes 2 de junio del 2009 

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Madrid, martes 2 de junio del 2009 


Asia

Había sembrado una luz de esperanza, pensaba que el tratamiento sería la cura a todos mis males. Me imaginé feliz junto a Pato, disfrutando recitales, yendo a pasear, viajando. Todas esas ilusiones se esfumaron en un segundo.

Estoy sumida en un abismo de tristeza, buscando al menos una esperanza para decidir seguir. Dicen que el amor lo cura todo, y aunque mucho tiempo mi fuerza, hoy no es suficiente para elegir vivir.

Quiero matar al dolor, quiero morir, para dejar de sufrir y estoy dispuesta a todo por ello. Me duele pensar en Pato, pero para mí no hay otra opción y tengo fe que para el se viene una vida mejor.

—¡Bombón!, vamos a pasear, podemos ir a Valencia —comenta Pato optimista.

Estamos tirados en la cama desde ayer, tras recibir la noticia. No quise cenar ni hacer nada, solo dormir para olvidar, pero es inútil porque hasta sueño con mí enfermedad.

—No quiero Pato, preferiría que volvamos cuanto antes Argentina.

—Mira bombón, te propongo que hoy paseemos por Valencia, y mañana cambio los pasajes para volvernos —propone dulce.

—Está bien... —digo desganada.

Pato se levanta de la cama y me ayuda a mí hacerlo. Tiene el difícil trabajo de ayudarme en todo, porque no tengo fuerzas para nada.

Me ayudó a bañarme, vestirme, arreglar mi cabello y rostro. Cómo estoy tan adolorida, hacer eso se me hace toda una complejidad.

—Vamos a viajar en tren —explica agarrando mi cartera—. Si querés desayunamos por la zona antes.

Asiento. Muero de hambre para mi sorpresa, casi siempre la tristeza me quita el apetito, pero desde ayer al mediodía que no ingiero nada.

Nos vamos caminando hasta un restaurante que está a tres cuadras del hotel. Es un lindo lugar el que eligió, tiene una onda muy moderna y colorida.
Pedí un café frío con unas tostadas y huevo revueltos, él por su parte un café caliente y unas medialunas de jamón con queso.

—¿Podemos hablar de lo que pasó? —consulta dulce.

—Pato... Te juro que quiero ponerle onda pero me case. Esta era mi única esperanza —digo al borde del llanto—. No me voy a matar, pero sí me quiero morir.

—Capaz, hay otro tratamiento, del que no sabemos, tenemos que investigar —manifiesta optimista.

Suspiro. —Si querés buscar, hacelo, pero no cuentes con mis ganas. Voy a tratar de seguir existiendo, pero nada más.

Seguimos desayunando el silencio, luego de terminar y pagar todo, nos dirigimos hacia la estación de tren para buscar uno que nos lleve hacia Valencia.

Todo lo que fue ➞ Patricio Sardelli - AirbagDonde viven las historias. Descúbrelo ahora